Fuimos a París a principios de setiembre. El paquete de vacaciones incluía vuelo, alojamiento con desayuno y desplazamientos entre el hotel y el aeropuerto. Llegamos a las diez y media al hotel en París. Eso significó que tuvimos que despertarnos antes de las 6 de la mañana. Nos dijeron que la habitación no estaba lista. Fuimos a un bar para matar el tiempo. Disfrutamos de una deliciosa cerveza francesa. Después de deshacer las maletas, comimos muy bien en ese mismo bar. Habíamos oído lo caro que es París. El precio de los menús del día: plato principal más primero o postre, nos parecieron menos caros de lo que esperábamos. Casi todas las comidas las
hicimos en restaurantes. Más vale comer caliente que alimentarse a base de bocadillos.
Para explorar París a gusto nos decidimos por el transporte público. Compramos un abono transportes de cinco días por 30 euros. Yo era consciente de que era improbable que lo amortizaremos. Serían necesarios seis viajes al día. Un abono transportes tiene un valor añadido muy grande: despreocuparse totalmente de como ir de un sitio a otro. Es muy cómodo.
Después de hacer la digestión fuimos a la torre Eiffel. La vista dejaba algo que desear por las condiciones climáticas. Fue un día brumoso. Aún así París desde la altitud era preciosa. Bajamos del segundo piso de la torre al primero andando. Me acabaron doliendo las rodillas. Bajar 100 metros en vertical por unas escaleras no es lo mío. No encontramos las escaleras que llevaban a nivel de calle. No nos quedo más remedio que esperar un cuarto de hora hasta que pasó un ascensor lo suficientemente vacío para escapar de ese monstruo de acero. La torre Eiffel es un negocio redondo. Colas y más colas sin importar donde se mirase. Seguramente no conseguirían más dinero aunque lo imprimiesen.
Luego fuimos a los Campos Elíseos y al arco del Triunfo. París es una ciudad muy bonita para pasear. Este primer día empecé con la que iba a ser la constante de estas vacaciones: dolor de pies desde la mañana a la noche. Kilómetros y más kilómetros. Subir al arco del Triunfo costaba ocho euros. Nos conformamos con algunas fotos desde la base. Con esto ya habíamos cumplido. Habíamos conseguido pruebas de que habíamos estado ahí. Habíamos visto ese emblema de la cuidad del amor y de las luces. Al llegar al Obelisco vimos un puesto donde vendían Crêpes. Son unas tortitas grandes, sin levadura, con relleno y dobladas hasta formar un bolsillo. Satisfacen y salen baratas. No fue la última vez que disfrutamos de este delicioso manjar.
El segundo día mi novia me despertó a las cinco de la mañana. Las almohadas parisinas la resultaron insoportables. Son unas morcillas infectas altísimas. Ella apenas logró pegar ojo en toda la noche. Me hice un delicioso café con la cafetera que me traje de Madrid. Salimos a explorar París de madrugada. Las panaderías y pastelerías ya estaban abiertas. Tuvimos nuestros primeros escarceos con los maravillosos croissants y con la deliciosa bollería parisina. Cuando volvimos al hotel ya era hora de desayunar. Más croissants.
Después de la ducha fuimos a Mont Mâtre y al Sacre Coeur. Otro sitio donde hay una vista de todo París. Para variar el día estaba brumoso. No se distinguían con nitidez los detalles lejanos. La falta de sueño hizo mella. Antes de comer estuvimos bastante irritables. No ayudó que yo sea demasiado cortado para entrar en los servicios de un bar si no tomo una consumación. No ayudó que a ella no la apetecía tomar nada.
En la comida probé uno de los platos más repugnantes que he comido en mi vida. Creyéndome un aventurero, pedí un primero que no me sonaba de nada. Me tocó un fiambre frío que parecía sabía a manteca de cerdo y tenía la misma consistencia. Me dieron arcadas pero como soy bastante cabezota me lo acabé. No era cuestión de dejar sin aprovechar una decisión equivocada. Este fue el único día que nos salió plenamente rentable el abono transportes.
El tercer día lo dedicamos al Louvre. El billete da permiso de entrar y salir cuantas veces se quiera. Pudimos hasta echarnos una reconfortante siesta después de comer. El Louvre es gigantesco. La oferta cultural es tan amplia que da miedo. Con un plano que cogimos a la entrada apenas andamos en círculos. Eso es todo un logro ya que el museo tiene similitudes con un laberinto. Nos encantó la atracción más conocida del museo. Vimos la Mona Lisa tres veces y hasta nos compramos un grabado cada uno. Lo más agobiante del Louvre era que tardábamos mucho en escapar cuando nos agobiábamos. Había pocas salidas del área de exposición y no estaban demasiado bien señalizadas.
El cuarto día tocó Nôtre Dame y Batobús La catedral es inmensa, con muchas vidrieras y representaciones de santos. Los tejados tocan el cielo. Curiosamente había suficiente luz para que las fotos saliesen sin flash. Una de las paradas del Batobús estaba a dos pasos. El Batobús es una mezcla de barco fluvial y autobús, con un espacio cubierto por vidrieras con asientos y un área pequeña descubierta en la parte trasera del barco. Paraba en los lugares más turísticos que estaban a lo largo del Sena. Te puedes bajar y subir cuantas veces quieras en el período de vigencia del billete. Esta fue la actividad favorita de mi novia. Pudimos ver la torre Eiffel de noche desde la base. Parece un gigantesco árbol de navidad.
Como era nuestro última noche, decidimos darnos un regalo: una cena caliente. Como nos habíamos traído fiambres de Madrid habíamos cenado bocadillos todos los demás días. En nuestra guía turística encontramos un restaurante que nos gustaba. Llamamos para reservar. Desgraciadamente salimos con retraso de la Torre Eiffel. La guía turística era errónea. La dirección del restaurante que venía en la guía era incorrecta. Además el restaurante no admitía patrones a partir de las 22:30. Llegamos demasiado tarde a la dirección de la guía para llamar y preguntar donde estaba el restaurante. Acabamos en un italiano. Oí rumores de que en los restaurantes de París te quitaban el plato, aunque no hubieras terminado, a la hora del cierre. Fuimos con diferencia los últimos en marcharnos del restaurante. Se veían nerviosos a los camareros hacia el final de nuestra cena. Afortunadamente no nos metieron prisa. Pudimos comer tranquilamente y hasta nos dejaron acabar tranquilamente el postre.
El día siguiente volvíamos a Madrid. Desalojamos la habitación temprano. Yo sentí malestar al despertarme. Lle dije a mi novia que creía estar malito. Indudablemente el mejor momento para enfermar es el último día. No hay ningún sitio para descansar. Me hubiese apetecido pasar el día en la cama, calentito, cubierto con el edredón. El avión salía a las diez de la noche, por lo que había que aguantar muchas horas de marcha con fiebre. Teníamos mucho tiempo que matar. Antes de comer fuimos de compras. Encontramos una máquina que revela fotos de cameras digitales en una oficina de correos. Pasamos bastantes a papel. La comida la aproveché para escribir postales que tenía pendientes. Después pasamos muchas horas en un bar. Ahí disfrutamos de un delicioso crêpe y yo me eché la primera siesta del día. Finalmente volvimos al hotel. Yo me quedé dormido en un sillón de la recepción. Una eternidad después el autobús, que nos llevaba al aeropuerto, vino a por nosotros.
En el aeropuerto esperamos casi cuatro horas para subir al avión. Una vez dentro esperamos una hora más. Un pasajero no se subió al avión, pero su maleta sí. Hizo falta retirar su maleta por las ridículas medidas de seguridad puestas en vigor para evitar atentados. Yo seguía con fiebre. El Paracetamol no la conseguía ahuyentar. Estaba todo el tiempo entrando y saliendo del sueño. Tenía el estomago revuelto. Mi novia había preparado cena fría y no fui capaz de comerme nada. Tenía pensado tomarme una manzanilla en el avión a ver si ayudaba. Air Europa me pareció una cutrez. El único detalle con los pasajeros era darles un caramelo. Encima que no les dan ningún sustento a los pasajeros ocupan los pasillos intentando vender productos caros de escasa calidad. Lo peor de todos los mundos. Decidí ahorrarme mi dinero. Darle de mis ingresos a una compañía que trata así de mal a sus clientes me es anatema.
Hicimos de todo en nuestras vacaciones en París. El problema de ir al servicio lo solucionamos a base de bares y de servicios públicos gratuitos. Hasta conseguí ir a uno de los servicios operados con monedas de la ciudad. Curiosamente fue gratuito. Según la guía turística, si se te ocurriese entrar en uno aprovechando que alguien salía, serías bañado en lejía. En muchos bares era necesario pagar para ir al servicio. Si el camarero se daba cuenta de que eras un cliente te daba una moneda para pasar gratuitamente.
Volvimos a casa en taxi. El metro estaba cerrado. Este gasto fue necesario por la incompetencia de Air Europa. Una vez llegamos a mi casa, pasada la una de la madrugada, mi novia insistió en que yo me tomase la temperatura. Aunque yo me había atiborrado de Paracetamol, seguía pachuchillo. Tenía 40 de fiebre. Esto la pareció serio a mi novia. Me obligó ir a urgencias. Ella llamó a un taxi y fuimos al hospital más cercano. Por desgracia, con las prisas, me olvidé de mi bolso. Ahí siempre llevo chicles de nicotina. Ayudan para salir del paso de situaciones comprometidas.
La interna me mandó muchas pruebas. La analítica reveló que yo tenía los leucocitos por las nubes. Esto la preocupó tanto a la interna que recomendó que me ingresasen para tenerme en observación. Al no haberme traído nada para quitarme el mono de nicotina, esto no me hizo ninguna gracia. Tras mucho esfuerzo la convencimos para que me dejase dormir en mi cama, al final lo conseguimos. Ayudó mucho que al no haber ido al hospital que me corresponde, no la dieron permiso para ingresarme. Además me bajaron la fiebre. La doctora nos recomendó que fuese a mi hospital el día siguiente. Volvimos a mi casa a las cinco de la madrugada.
Yo tomé Nolotil y Paracetamol, según las recomendaciones de la doctora. Cuando llegamos a las urgencias de mi hospital, yo ya no tenía fiebre. Ahí me hicieron muchas más pruebas y fue necesario esperar muchas horas antes que nos diesen los resultados. La espera no se me hizo nada pesada ya que esta vez me había traído chicles de nicotina y que habiendo dormido muy pocas horas, teniendo mal cuerpo, me pasé la mayor parte del tiempo entrando y saliendo del sueño. Como es mi sino, un otorrinolaringologo me metió una camera por la nariz. La internista me dijo que me tomase un antibiótico durante cinco días. Justo después de comprarlo, en el instante de entrar en mi casa, me llamaron para decirme que me tomase otro antibiótico distinto. El nuevo antibiótico valía 10 veces más
Aunque tenía muchas cosas más agradables que hacer que pasar una noche y un día en urgencias, me alegro de haberlo hecho ya que descubrí que la razón por la cual estaba pachuchillo era una infección bacteriana. Yo hubiera pasado muchos días de fiebre antes de preocuparme. Le estoy muy agradecido a mi novia por mimarme. Dos días después yo estaba totalmente recuperado.
Ya es la cuarta vez que voy a urgencias, todas afortunadamente por asuntos menores. Estoy muy satisfecho con el funcionamiento del sistema sanitario español. Si yo tengo un problema urgente me atienden muy rápido, únicamente siendo necesario esperar los resultados de las pruebas. El que llamen a los que necesiten algo de un hospital pacientes es muy ajustado a la realidad. Hace falta esperar pacientemente una eternidad para que te digan lo que te pase. Desgraciadamente es necesario esperar tanto tiempo para ver un especialista por los cauces normales que para cuando lo veas ya se te ha solucionado el problema por si mismo. Aún así estoy muy satisfecho con el sistema sanitario español.