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Camino Caminante Vereda

Category: Personal

Estas son cosas de mi vida privada que me han pasado y que comparto aquí.

Regimen de te rojo

Este régimen consistía en beber cuatro tazas de té rojo al día y en evitar las grasas.   Estrenándome en el mundo de adelgazar, lo empecé con ilusión.  Dejé de comer carne.  Dejé de comer queso.  Me preparaba toda mi comida.  Me tomaba religiosamente las cuatro tazas de té.  Como esperaba esto no influyó en mi peso.

Mi ex novia también tomaba las cuatro tazas de té rojo.  La primera noche apenas durmió.  Yo bebo mucho café.  Los estimulantes no me afectan mucho.  La excepción es tomarme el último café demasiado tarde un domingo.  Un café para cenar un día que no he madrugado me desvela. Curiosamente únicamente me desvela si tengo que madrugar el día siguiente.  Si el día siguiente puedo dormir a pierna suelta concilio el sueño de manera inmediata como de costumbre.

Mi ex novia apenas toma ni café ni té.  Cuatro tazas al día la espabilaba tanto que no se podía relajar lo suficiente para conciliar el sueño.  La primera noche apenas durmió.  Para mi desgracia esa noche la pasé con ella.  Habiéndonos acostado tarde, ella me despertó a las seis de la mañana.  Se aburría sola.  Yo estaba tan cansado que apenas podía con mi alma.  Sentí una gran sensación de malestar ella se fue.  Me es muy incómodo estar despierto con mucho sueño. En el momento que ella salió por la puerta, me eché una larga siesta.  Entre la siesta y el cansancio apenas aproveché el día.

El día siguiente ella únicamente se tomó dos tazas.  Había aprendido que las drogas duras como el té rojo no la permitían conciliar el sueño.  Aún así, madrugó mucho.  Me llamó bastante antes de las ocho de la mañana.  Yo, con la siesta, me había acostado tarde. No pude volver a conciliar el sueño.  Por segundo día consecutivo estaba demasiado cansado para disfrutar del día.

Sus expectativas de perder peso no se materializaron.  Cuando quedábamos, comíamos en casa pero cenábamos fuera. A ninguno de los dos nos apetecía cocinar dos veces en un mismo día.  Tampoco nos apetecía repetir comida.  El régimen prohibía grasas pero cenábamos alimentos sanos como ensaladilla rusa, queso,  hamburguesas y croquetas.  Comida sana y cena grasienta es una sentencia de muerte para cualquier régimen.

No creo haber estado jamás tan cansado como cuando hice este régimen.  Tener una novia que es incapaz de dormir cuando bebe estimulantes fue nefasto para mí.  Además ella se aburría con un novio que quería dormir lo suficiente.  El que ella quisiera compañía significó que estuve durante dos días seguidos más cansado de lo que haya estado nunca.  Yo estaba tan cansado que me dolía. Se me ha formado una asociación indeleble entre intentar adelgazar y además de no perder peso, estar tan cansado que no puedo con mi alma.

El régimen de té rojo no funciona si se cena fuera.  Es necesario tanto desayunar como comer como cenar comida casera con un mínimo de grasas.  Comida frita o con mayonesa tipo croquetas o ensaladilla rusa es una sentencia de muerte para cualquier régimen.  Tengo la impresión que con este régimen se puede el peso que dice que se pierde en muy poco tiempo.  Como todos los regímenes donde únicamente se cambian los hábitos a corto plazo el peso perdido se gana con creces.  El famoso efecto yoyó causado por los regímenes a corto plazo.

 Andreso

Tres funerales

Mis dos tíos son Noruegos.  Pertenecen a la religión oficial del país:  Luteranismo Evangélico.  Encuentro los ritos protestantes de la muerte mucho más bonitos que los católicos.  Según lo que he visto en España el rito de la muerte se limita a exponer el cuerpo del fallecido durante 24 horas en un tanatorio, hacer una misa breve antes del entierro y una misa de funeral un mes después.

En las dos misas por mi ex suegro, el cura el llevó la voz cantante.  Apenas hizo más que leer pasajes de la biblia.  El único gesto hacia la familia fue que a mi ex cuñada la dejaron leer un pasaje.  Supongo que ella lo eligió.  Lo único que hacía este funeral distinto de cualquier otro fue que el cura mencionó el nombre de mi ex suegro dos o tres veces.  Los curas parece que disponen de una plantilla de funeral donde el único esfuerzo que necesitan hacer es llamar al fallecido por su nombre donde fuera oportuno.

Encontré mucho más bonitos los funerales en Noruega.  Además de pequeñas diferencias, como que en las iglesias de Noruega no hay ningún sitio para arrodillarse, la ceremonia es para la familia.  El cura apenas lee de la biblia.  Dedica mucho más tiempo a contar una biografía del fallecido, destacando todas las cosas buenas que ha hecho a lo largo de su vida.  Varios miembros de la familia y allegados suben al altar y dan un discurso acerca de sus recuerdos más bonitos acerca del fallecido.  Una de mis primas cantó una canción conmovedora en honor de su padre.  Oír tanto cariño hizo saltar lagrimas a mis ojos.

Después de la ceremonia los más allegados son invitados a un restaurante para el recordatorio (minnestund).  Para mi tío Rolf vinieron unas 40 personas.  Para mi tío Bjarne vinieron unas 300.  Entre plato y plato los que quieren se levantan y comparten sus mejores recuerdos del que ya no está entre nosotros.   Para la familia es un consuelo escuchar tantas cosas bonitas del que les ha dejado.  Además hasta en momentos tan solemnes hay posibilidad de reírse.

Estoy seguro que el qué tantas  personas se vuelquen en compartir lo bueno del que nos ha dejado ayuda a la familia a superar el sentimiento de perdida.  Además como hay tantas cosas para decidir en los cinco días entre el fallecimiento y la ceremonia, como donde enterrarlo, quien va a liderar la ceremonia, donde se va a realizar la comida, la familia no tiene tiempo para dejarse absorber por el dolor.

Mi primo Rune mostró mucha valentía.  El día que murió su padre invitó muchos miembros de la familia a una cena deliciosa.  Todos estábamos muy afectados.  Aún así nos pudimos reír y casi olvidar  nuestro dolor.  Mi tío Bjarne era una persona maravillosa con mucho sentido del humor.  Todos le echábamos mucho de menos.  El poder reírnos ayudó mucho en superar este día, el más duro.  Durante el recordatorio Rune invitó a todo el que quisiera a una barbacoa en la casa de la familia.  Vinieron muchos amigos, tanto suyos como de su hermana.  Vinieron bastante menos amistades de mi tía.  Acabamos con las existencias de alcohol.

Me pareció maravilloso que en los momentos en los cuales es más fácil regodearse en el dolor, mi primo haya organizado actividades para distraer a sus queridos del sufrimiento.  Hace falta mucha fuerza para organizar actividades como esta en momentos tan dolorosos.  Ayudó mucho a toda la familia el poder olvidar momentáneamente su dolor.  Fue mucho más fácil superar estos dos días más duros gracias a la valentía de mi primo. 

 Andreso

Un soberano puñetazo

Yo salí de casa con tiempo.  Decidí ir andando.  El camino más bonito era a través del Parque del Oeste.  Cuando ya me estaba acercando a la Cuesta de San Vicente vi un grupo de gente haciendo botellón.  Una mujer se me acercó y me pidió un cigarrillo.  Se lo di.  Se acercaron tres más a pedirme tabaco.  Por alguna  razón me sentí acosado.  No se los di.  Me arrepiento.  Debería haberlo hecho.  Tenia un paquete de sobra.    Estas personas eran gente sin hogar.  Vivían en un albergue.  Nadie tiene un detalle con ellos.  Yo tampoco.  

En vez seguí mi camino.  Uno de los sin techo me siguió.  Me estaba diciendo que me había portado mal con ellos.  Yo no tenía ganas de hablar con el.  Ni me volvía para mirarlo.  Ya estando cerca del cruce, el me agarró.  Yo intenté zafarme.  El me dio un soberano puñetazo en la nariz.  Me acababan de operar del tabique nasal.  Dos días antes me habían quitado los tubos que me habían metido en las fosas nasales para que no se me colapsaran.  Estaba sangrando profusamente.

Fui andando hasta la estación de metro.  Sabía que en los andenes había cobertura.  Me puse a llamar a mi amigo.  A los 10 minutos di con el.  Subió.  Un poco después vimos un policía municipal.  Nos contó que había habido un altercado cerca.  Nos llevó en su coche patrulla.  Allí estaba el Samur haciendo curas.      Después de pedirme la documentación, me detuvieron la hemorragia de la nariz.  Había habido una buena pelea entre los sin techo.  Mucha gente tenía magulladuras y erosiones.  Había por lo menos quince policías nacionales tomando declaración.  Supongo que quien me dio la hostia, siguió arreando.

Bajo la impresión de que era necesario un parte de daños firmado por un médico, yo y mi amigo, nos fuimos en taxi al hospital que me corresponde.  Tras cinco minutos en urgencias, me atendió el otorrino de guardia.   Me dijo que no había ningún daño permanente.  Mi tabique nasal recién operado no había sufrido desperfectos. Me introdujo unas almohadillas de algodón en las fosas nasales.   Los otorrinos tienen un extraño fetiche de tocarle las narices a la gente.

Yo me despedí de mi amigo después de unas cañas.  Al llegar a mi casa empecé a estornudar sin parar.  Las almohadillas eran  responsables.  Estaban irritando el interior de mi nariz.  Con la presión de los estornudos estaban cada vez más fuera.  Cuando al final sobresalían, me las saqué con unos alicates.  Detuve la hemorragia con presión.

Al día siguiente fui a la comisaría con mi parte médico.  El policía que me atendió me contó que, ya que me había atendido el Samur, me podía haber ahorrado el viaje a urgencias.  Yo, con mi denuncia, ya  había cumplido.  Había engrosado en las estadísticas de delincuencia.  Unos días después me llamó la policía para que me pasara por la comisaría.  Me atendió un inspector que me enseñó fotos de varios sospechosos.  No fui capaz de reconocer a ninguno.  Todos tenían pelo largo y el que me pegó tenía el pelo corto.  Yo me guío mucho por el pelo a la hora de reconocer a la gente.  Se lo comenté al inspector.  Unos meses después estaba en los andenes del metro y un hombre con pelo largo se me acercó.  Me miró de forma agresiva.  Quedé intimidado.  Me metí rápidamente en el vagón.  Estoy casi seguro que era el mismo que me pegó.

Gracias a la historia del puñetazo tenía algo interesante que contar a la gente nueva que me encontraba durante varios meses.  Todos me decían: "Ay, pobrecito."  Hubo una mujer de la cual no conseguí reacción alguna.  Más tarde me enteré que ella había estado en una relación violenta.  El que le peguen a alguien es triste para ella pero era el pan nuestro de cada día.

La logopeda

Me llamaron en junio. La terapia duraba media hora al día, cinco días a la semana. La primera sesión me impresionó mucho. Eramos cinco pacientes recibiendo tratamiento. Yo tenía con diferencia más años cumplidos que los otros cuatro juntos. No se me había ocurrido que los niños jóvenes eran los principales usuarios de los logopedas.

El sistema de educación respeta mucho más la dignidad de los chavales que cuando yo era niño. A ningún profesor se le ocurrió derivarme para que yo aprendiese a pronunciar correctamente. El que me hubiesen derivado habría evitado tener que aguantar hasta casi tener cuarenta años para aprender a pronunciar. Desgraciadamente no ayudó ni una pizca que el frenillo de mi lengua tenga un aspecto normal. La única forma en la cual se manifestaba que era defectuosa es que, con la boca ligeramente abierta, no era capaz de tocarme el paladar con la punta de la lengua.

Todas las sesiones empezaban con ejercicios para entrenar los labios y la lengua: lengua de lado a lado, lengua arriba y abajo fuera de la boca, vibrar los labios y así sucesivamente. Después la logopeda estaba cinco minutos con cada chaval trabajando el área del lenguaje con el cual tuviera problemas. Mientras tanto los demás estamos pasando el tiempo como se nos ocurriese. No importaba como, siempre que fuese en silencio. La logopeda podía ser una verdadera sargento cuando se lo proponía.

Todas las prácticas se realizaban en frente de un espejo para que nos pudiéramos observar. Yo después de haber estado mirando mi reflejo durante media hora al día me daba más y más cuenta de lo guapo que soy. Estoy convencido de que con un mes mas de terapia, hubiese acabado abrumado por mi creciente hermosura.

La logopeda mantenía una disciplina férrea en las sesiones. Reñía a cualquier chaval que hiciera el más mínimo ruido. Según lo que vi en los tres meses de terapia, a las niñas les es mucho más sencillo permanecer en silencio que a los niños. Hacia el final de mi terapia llegó un chaval de cinco años que tenía un retraso generalizado del lenguaje. Al chaval le gustaba canturrear mientras dibujaba. La logopeda le echaba unas broncas impresionantes al chaval por no estar completamente en silencio. El chaval parecía bastante inmune a que le echasen la bronca. Debería estar muy acostumbrado a ello. A mí este tira y afloja me estresaba hasta tal punto que se me notaba. Los últimos días la logopeda me preguntaba si yo estaba cabreado.

Como yo en teoría era lo suficientemente responsable para practicar por mi cuenta, se me permitía hacer los ejercicios. Yo era la fuente del único ruido de fondo que se escuchaba a lo largo de la sesión. La jefa, en vez de reñírme por hacer ruido, me alentaba a ello. Supongo que a mis compañeros les resultaba injusto que a ellos se les intimidase por no permanecer callados, mientras a mí me decía cosas bonitas como: "trabaja más duro."

Mi progreso fue lento. Tardé un mes a aprender a pronunciar la erre simple rodeada de vocales, como "pero". Eso lo hice repitiendo todas las combinaciones de consonante, vocal, erre y vocal. La jefa me hacía practicar un ejercicio que a mí, la verdad sea dicha, me desagrada bastante: empujar la lengua hacia arriba con dos palos mientras se escupe el aire para hacer vibrar la lengua. Además de que me resultaba difícil vibrar la lengua de forma consistente, me daban arcadas las primeras veces que lo hice. Además de esto tenía que practicar pegamento y soplar en casa. El pegamento es dejar la lengua pegada al paladar de forma que se vea el frenillo. El propósito es hacer vibrar la lengua. Tras mucho tiempo de practicar esto, escupiendo el aire, conseguí hacerla vibrar. Desgraciadamente golpeaba los dientes con ella, lo que no gustó a la jefa. Tuve que olvidar lo aprendido.

Justo antes del cese de actividades de agosto, ella me mandó otro ejercicio para aprender a pronunciar consonantes seguidas de erre. Por ejemplo, para pronunciar "dro" hacía falta repetir "dorodorodorodoro" todo lo rápido que se pudiera. Durante este mes lo conseguí dominar bastante bien, quitando la "tr" y la "dr". Al regreso a las sesiones, fui mejorando considerablemente. Una semana antes de mi revisión, ya me salía casi siempre la erre fuerte.

En la revisión me dieron el alta. Tengo que volver a ver la médico foniatra dentro de seis meses para ver si necesito más sesiones. Por ahora todo va bien. Se me ha olvidado como pronunciar la erre fuerte por lo que sigo practicando el pegamento y soplar con palos. Con un poco de suerte tendré la suficiente constancia para no dejar muchos días sin practicar. Aún así, he conseguido mi propósito principal: ahora cuando doy mi nombre para que alguien lo apunte, ya me basta con decirlo de corrido. No me hace más falta deletrearlo. Todo un éxito.

 

Andreso 

El largo camino al logopeda

El camino al logopeda fue largo y lleno de avatares. Todo empezó hace tres años cuando decidí que estaba harto de no ser capaz de pronunciar mi nombre. Entre mi nombre y mi primer apellido hay tres erres. Cada vez que alguien necesitaba apuntar mi nombre, no me quedaba más remedio que deletrearlo. Y encima tartamudeaba. Esto hacía el proceso doloroso. Ya estaba harto.

Lo primero que hice fue pedirle a mi médico de cabecera que me diese cita con un logopeda. El me dijo no estar autorizado. Era necesario pasar por inspección médica. Aún así le pedí que me diese un papel solicitándolo a ver si había suerte. En inspección me dijeron que los únicos médicos autorizados para derivarme eran los neurólogos y los otorrinolaringólogos.

Le pedí a mi médico de cabecera ir al otorrino. Me dieron cita tres meses después. Lo primero que hizo la otorrina fue meterme una camera por la nariz. Esta fue mi primera cita con un otorrino y en cada una de las muchas veces que he visto uno, me han introducido una camera por la nariz. Como la comenté a una, su especialidad es tocarle las narices al personal. Ella me contestó que trabajaban con muchas más cosas que las narices de la gente. Aún así creo que debe de ser una especie de fetichismo causado por haber pasado tantos años estudiando.

La otorrina me ofreció acudir al logopeda, pero como sabía que los neurólogos también podían derivar, pedí ver a uno. Yo había deseado durante años ver un neurólogo. Sentía curiosidad por averiguar si mis problemas de habla estaban relacionados con algún problema en mi cerebro. Estando en el paro como estaba, disponía de tiempo suficiente para esos antojos. La espera esta vez fue de seis meses. El neurólogo aceptó estudiar mi caso en el hospital Puerta de Hierro, que es el que me corresponde. Otros seis meses pasaron. Cuando les vi me dieron cita para seis meses después. Me mandaron muchas pruebas. La más interesante fue una resonancia magnética donde me metieron en un tubo estrecho, iluminado, donde se oían ruidos rítmicos. Dicen que esta prueba le da pánico a mucha gente por estar encerrado en un espacio tan reducido como aquel tubo. Cuando al final les vi me dijeron que no encontraron ninguna anomalía. Esto me alivió. Mis problemas del habla no eran causadas por lesiones cerebrales. Les pedí que me derivasen a un logopeda. Me contestaron que había un centro de estudios del habla en el departamento de otorrinolaringología.

Unos meses después acudí al centro del habla. Me atendieron una logopeda, una otorrina y una residente. Habiendo otorrinos presentes, tardaron poco en meterme una camera por la nariz. Antes me habían echado un spray anestésico por la boca. Intentaron meterme una camera por la boca. Querían verme las cuerdas vocales en funcionamiento. Desistieron cuando me entró un ataque de tos. Tuvo que se por la nariz.

La logopeda se dio cuenta enseguida de que el frenillo de mi lengua era demasiado corto. Con la boca ligeramente abierta, yo no era capaz de tocarme el paladar con la punta de lengua. Ella me dijo que la única solución para hablar correctamente era que me operasen. Además me dijeron que, según la resonancia que me hicieron los neurólogos, tenía el tabique nasal desviado. Me preguntaron si estaba interesado en la operación. Yo accedí. Me dieron muchos papeles para firmar y muchos volantes para pruebas diagnósticas. De todas las pruebas la más curiosa fue un TAC donde me tumbé en una cama mientras una máquina estaba haciendo cientos de imágenes de rayos X a mi cráneo para obtener un modelo tridimensional.

Cuando vi a mi doctora, justo antes de la operación, me dio la mala noticia que según el TAC había algo mal con mis fosas sinoviales. Era recomendable que me operasen de ello también. Parece que los médicos ya puestos a cortar, pues cuanto más corten, mejor. Según ella había riesgo con la operación de tabique nasal que cada vez que respiraba se oyese un silbido y con la de las fosas sinoviales que me pudiese quedar ciego. Firmé los papeles y ella me dio cita para el quirófano diciéndome que la noche del domingo la tenía que pasar en el hospital.

Desafortunadamente esa noche tocaba Paul McCartney en Madrid. Yo me había comprado una entrada. En las taquillas ponían claramente que no se admitían ni cambios ni devoluciones. La otorrina me había dado un justificante de la operación. Afortunadamente, con ese papelote y con un poco de labia conseguí que me devolviesen la entrada. Hubiera preferido asistir al concierto.

Mi tío me acercó al hospital y generosamente accedió a que yo me pudiese despedir de la civilización con un copazo. Me supo a maravilla. Entré muy relajado en el hospital. Tardaron muy poco en subirme a planta. Fue una sorpresa agradable descubrir que justo al lado de mi habitación había un pasillo donde la gente iba a fumar. Yo temía estar tanto tiempo en un lugar donde estuviese prohibido. Además me asustaba quedarme demasiado hecho polvo después de la operación para que me impidiesen disfrutar de ese placer. Yo me traje parches de nicotina para quitarme el mono.

Además tenía miedo de que, como me iban a operar de la nariz, fuese necesario afeitarme mi hermoso bigote. El especialista me dijo que no sería necesario. Mi bigote no interfería con la operación. Solté un profundo suspiro de alivio. Seguiría estando guapo después de la operación.

A las nueve de la mañana me subieron al quirófano. Pasillos interminables recorridos boca arriba en una camilla empujada por un celador. Llegamos al final al área de los quirófanos. Sin ninguna ceremonia aparcaron mi camilla en el pasillo. Al cabo de un buen rato me metieron en el y me enchufaron la anestesia. Mientras estaba hablando con los médicos noté como iba perdiendo la consciencia. Me desperté unas horas después en una sala de observación, sangrando de la nariz y todavía poco coherente. Unos amigos míos estaban esperando a que recobrase la conciencia. Las enfermeras les pidieron que se fuesen. Ellas me pusieron un bigote, una morcilla de gasa, que se ata alrededor de la cabeza. Impide que la sangre manche la ropa. Yo estaba de lo más resultón con mi bigote al cuadrado. El de pelo y el de gasa. Poco después un celador me llevó a mi habitación.

Yo había oído rumores de que si después de una operación se tardaba mucho en orinar las enfermeras te sondaban. A un amigo mío le había pasado. El lo describió como una violación. Otra cosa que me asustaba. Durante las primeras horas mi prioridad era evitar esa vejación. Afortunadamente, después de mucho esfuerzo, cuando ya había desechado toda esperanza, estando seguro de que me iban a humillar, lo conseguí.

Debido al tajo que me habían dado en la lengua. me dolía mucho al hablar. Además estaba sangrando por la nariz. Ya que cada pocas horas me daban Gelocatil y Nolotil por vena, no sentía dolor. El único problema era que el tiempo pasaba muy despacio. Como estaba recién anestesiado, no me daban nada de comer y no se me había quitado el apetito. Encuentro que las esperas se hacen más llevaderas con la barriga llena.

Como yo había oído que en los hospitales se robaba mucho, el único objeto de valor que me traje fue mi móvil. Eché mucho de menos mi reproductor de cedes o algo parecido que me hiciera compañía. Cuando me visitaron unos amigos, generosamente accedieron a comprarme una radio. Esto hizo que las interminables horas pasasen más deprisa. Se me pasa más rápidamente el tiempo con el ruido de fondo de gente hablando.

Las enfermeras apenas me dieron un bocadito para cenar. Por la noche ya tenía un hambre voraz. Mi compañero de habitación estaba recién ingresado y no se había quitado la ropa de calle. Afortunadamente no tuvo inconveniente en traerme un sándwich. Lo devoré a escondidas para que las enfermeras no me pusiesen a caldo. Entre que estaba bueno y estaba haciendo algo prohibido me supo a gloria.

Pasé mala noche. Me habían puesto el respaldo de la cama muy alto. Los únicos momentos en los cuales fui capaz de conciliar el sueño eran cuando estaba enchufado a medicamentos por vía intravenosa. El resto de la noche iba de cama a butaca a cama. No estaba cómodo en ningún sitio. Fue interminable. Para mayor inri una vez que salí al pasillo a fumar una enfermera me vio y me mandó para la habitación. Casi llegada la madrugada la enfermera de guardia se apiadó de mí bajandome el respaldo de la cama. Pude dormir un poco.

Por la mañana me dijeron que el médico de guardia me quería ver. En esa momento estaba desayunando. Le pedí a la enfermera acabar. Ella insistió. No hubo forma de disfrutar de la poca comida que dan en el hospital. Yo llevaba la bata del hospital puesta de cualquier forma con uno de mis hombros y parte de mi pecho al aire. Antes de ver al médico ella me lo colocó bien. Opinaría que yo debería estar guapo para ver a alguien tan importante. Me dejó como un cromo. Ojalá me hubieran dejado así de guapo antes. Me llevó de la mano hasta el despacho del cirujano. Yo me notaba mareado. El cirujano me dio el alta y me entregó un papel con los cuidados que yo tenía que seguir. El papel estaba escrito en una letra tan ilegible que yo no le podía ni sacar ni pies ni cabeza. Creo que le pedí a tres enfermeras que me lo tradujesen al español. No es broma lo que dicen de la letra de los médicos.

Antes de recibir el alta yo estaba mareado. En el instante en que salí con ella en la mano me encontraba un hombre nuevo, lleno de energía, absolutamente pletórico. Fui con pasos firmes a la habitación, me arranque los parches de nicotina, y salí pitando al pasillo que hacía de veces de sala de fumadores. Fue el primer cigarrillo de mi libertad. Me supo a gloria. Llamé a mi tío para que me llevase a casa, me vestí y fui a esperarle en la entrada del hospital. Hice esfuerzos heroicos de recuperar el tiempo que había pasado sin fumar. Una de las cosas que aparecía en ese papel de alta tan ilegible es que necesitaba ejercitar la lengua para que no me quedase cicatriz después de la operación. Para mi agrado, descubrí que fumar era un ejercicio ideal para la lengua.

Cuando llegue a mi casa con mi tío, disfrutamos de un delicioso gin tonic. Esa es la forma mejor de ir al hospital: copazo antes y copazo después, como si de un sandwich se tratase. Ese mismo día llegó mi madre de Canadá. Hizo el viaje únicamente para cuidarme. Me hizo bigotes para poner encima de mi bigote.

Desde que empecé a fumar no había estado tanto tiempo sin inhalar como después de la operación: unas 25 horas. Gracias a utilizar parches de nicotina se me hizo bastante llevadero. Necesitaba dos parches para quitarme totalmente la ansiedad. Es una pena que vendan estos productos únicamente como un medio para dejar de fumar. Tienen verdadera utilidad a la hora de permitir a un fumador estar cómodo en un lugar donde esté prohibido. Especialmente en estas fechas de prohibiciones inminentes. Cuantos más medios disponga un fumador para no sentir ansiedad, mejor.

Para que no se me desplazase el tabique nasal recién operado, me introdujeron unos tubos de plástico en las fosas nasales. Estos tubos tuvieron un efecto negativo sobre mis escasas aptitudes olfativas y gustativas. Además me resultaba casi imposible respirar por la nariz. Estuve una semana con los bigotes para absorber la sangre, el mismo tiempo que tomando analgésicos. Mientras tanto me hice muy aficionado al zumo de tomate con muchas especies. Necesitaba compensar mi falta de olfato con sensaciones fuertes. Cuando al final me quitaron los tubos de la nariz; los alimentos tenían mucho más sabor. Me cabreé inmensamente cuando me di cuenta que ya no me gustaba mi receta secreta de zumo de tomate.

Un año después de la operación, en una revisión que me hicieron los cirujanos, pedí que me derivasen al logopeda. No hace ni falta decir que me metieron una camera por la nariz. Indudablemente son especialistas en tocar narices. Con el papel que me dieron, pude al final ir al logopeda. No asistí a mi primera sesión hasta cuatro meses después.

Matar moscas a cañonazos

Una de las cosas que ha afectado negativamente mi auto estima ha sido padecer lo que considero un caso severo de acné en la espalda. Desde la adolescencia he tenido tres o cuatro espinillas infectados en todo momento que me iba reventando a medida que me iban saliendo lo que me ha llenado la espalda de pequeñas cicatrices.

El tener esas marcas visibles detrás ha significado que he hecho lo posible para evitar mostrar mi espalda. En la playa llevaba siempre una camiseta por la vergüenza que me daba. Únicamente me la quitaba cuando me metía en el agua. Unas vacaciones en las cuales decidí no ocultarme hubo varías personas que se fijaron del mal estado de mi parte trasera.

Al final, harto, decidí acudir a un dermatólogo. Después de haberle comentado que previamente había seguido un tratamiento con antibióticos que no funcionó, el me recetó un medicamento llamado Rocutane o isotretionina, que es como se llama el principio activo, que es una vitamina A adulterada. El Rocutane no es ninguna broma. Tiene muchísimos efectos secundarios. El más conocido es que es teratogénico, en otras palabras que si una mujer embarazada lo toma, está garantizado que el hijo que nazca sufra deformidades severas. A las mujeres que tomen este medicamento las piden comprometerse a seguir un régimen anticonceptivo durante todo el tratamiento. En caso de quedar embarazada la presionarán para que aborte.

Yo sufrí tres efectos secundarios notables: tenía los labios extremadamente secos, padecía periodos largos con punzadas en el estomago y me encontraba un poco más inestable que de costumbre. Respecto a la sequedad de los labios lo único que me alivió fue una crema de manos que trajo mi madre de Canadá que perdí al poco tiempo de que entrase en mis manos. Ni el cacao ni la vaselina aliviaban la sequedad. Mi primer día con punzadas en el estomago fui a que me leyesen las cartas. El médium al predecir mi futuro me dijo que me esperaba gastritis. Lo mismo dijo que me deparaba el amor. Como en ese momento me dolía el estomago me pasé un buen rato descojonandome. Las siguientes veces que noté punzadas me siguió haciendo gracia. A medida que se iban repitiendo las punzadas me iba haciendo menos y menos gracia. Acerca de la inestabilidad se me redujo mi escaso sentido común y me arrepiento de algunos de mis actos. Afortunadamente no hubo consecuencias negativas.

El dermatólogo me siguió a lo largo del tratamiento, el cual iba a durar entre tres y seis meses. Antes de cada cita con el médico tenía que hacerme un análisis de sangre para verificar que mi metabolismo no hubiera sido demasiado perjudicado, ya que el Rocutane es bastante tóxico. A medida que progresaba el tratamiento mis analíticas se iban haciendo cada vez más anormales. Siguiendo las instrucciones del médico iba progresivamente reduciendo las dosis del medicamento. La cuarta vez que le vi el me ordenó abandonar de forma inmediata el tratamiento ya que mi salud peligraba. Por ejemplo, mis triglicéridos eran cuatro veces lo normal.

Ante la interrupción sentí sentimientos contradictorios. Por un lado sentí un gran alivio ante la certeza de poder librarme de los molestos efectos secundarios. Por otra parte me entristecía abandonar el tratamiento teniendo todavía espinillas en la espalda. Afortunadamente en una semana ya habían desaparecido todas mis molestias. A medida que pasaba el tiempo cada vez aparecían menos y menos espinillas y ya llevo algunos meses con la espalda lisa. El tratamiento fue un éxito.

Con la sabiduría que me ha proporcionado haber pasado por consumir sustancias químicas durante un tiempo tan prolongado, lo único que hubiera hecho distinto es interrumpir mi moderado consumo de alcohol. Supongo que eso tuvo consecuencias negativas sobre mis analíticas y jugó un papel importante en que no me quedase más remedio que abandonar prematuramente el tratamiento. Aún con los efectos secundarios que he padecido, dado que el tratamiento me ha proporcionado una espalda lisa, lo considero una decisión acertada. Conseguí cambiar a mejor una de los aspectos que menos me gustaba de mi mismo.