El hotel estaba a unos seis kilómetros del pueblo, cosa que parece bastante habitual en la competencia.  A mi como siempre me apetecía mucho tomarme copas después de la cena por lo que estaba decidido a ir de juerga.  Por desgracia la primera noche bebí vino en la cena.  Según he comprobado en bastantes ocasiones hay pocas cosas tan nefastas para mi deseo de juerga como vino malo durante la cena.  A las once y media estaba durmiendo. 

La juerga transcurrió en el hotel y en Ogrove.  El camarero del bar del hotel era de lo más eficiente a que jamás haya sido expuesto.  Siempre servía a la misma sección de la barra.  Osease si no estabas enfrente de la máquina de café te quedabas sin beber. Le sentaba mal que le llamasen la atención si me mosqueaba por esperar demasiado.

La única salida de juerga fue bien quitando que en el primer bar yo vi la gente decidida a quedarse y me fui a por la segunda.  Al volver se habían ido todos.  Menos mal que quedaban los guías y me acompañaron mientras me bebí con demasiadas prisas el cubata.  En la discoteca obro magia mi frase de: “No tengo ni idea de bailar”  Mis parejas se mostraron muy comprensivas.  El pueblo estaba a nueve euros del hotel de ida y a diez de vuelta.  Parece que hubo problemas de sincronización al final con el regreso al hotel.  Hubo dos personas que regresaron bastante después de los demás.

Me ocurrieron dos desgracias en el viaje.  La primera fue después de la última excursión cuando ya estábamos dispuestos a meternos en el autobús para el camino de vuelta.  Yo me había empecinado en vestirme de civil para hacerme más cómodo el viaje de regreso.  Me metí a cambiarme en un servicio totalmente repugnante.  Me dije que por mis hijos me cambiaba.  Nunca he tenido tantas dificultades a la hora de cambiarme.  Al ponerme los pantalones me tropecé arrancando un botón de mis pantalones.  Menos mal que me quedaba otro.  Al salir había una cola impresionante en el servicio de tíos.  Algo impensable.

La segunda desgracia ocurrió al llegar a Madrid.  De alguna forma conseguí en vez de coger mi maleta, coger la maleta de una mujer.  La maleta se parecía levemente y me decía yendo hacia el metro, el asa de la maleta parece distinto.  No me di cuenta hasta llegar al lado de mi casa, una hora después de mi equivocación.  Al día siguiente llamé a la agencia de viajes que había organizado el viaje y me pusieron en contacto con la desafortunada mujer.  La pobrecita había cogido una maleta que no era la suya.  El dueño de la tercera maleta en discordia no cogió la mía y recogió ese mismo día su maleta en la casa de la mujer.  Mi maleta acabó en un polígono industrial de Leganés.  Me lo pasé muy "bien" recogiéndola en transporte público.

Andreso.