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Tag Archives: Tareixa

Unha peregrinaxe pola Galiza urbana

A mi me cuesta mucho entablar conversaciones con desconocidos en bares.  Tengo un método infalible para conseguir un poco de palique, que consiste en acercarme a alguien y decirle "Hola, me llamo Andrés, tú como te llamas?" pero sólo me atrevo a utilizarlo en viajes organizados y excursiones de senderismo.  Necesito compartir un poco de terreno común, como el estar compartiendo un viaje, para que me atreva a soltar mis cuatro palabras mágicas.  En bares me horroriza el molestar al prójimo.  Apenas nunca me he atrevido a hablar con extraños en el gran mundo desconocido. 

Intente buscar gente con quien quedar a través del Meetic.  Hice un barrido por Vigo y Pontevedra.  Si no me equivoco, me puse en contacto con todas las mujeres inscritas en el Meetic que vivían en Pontevedra.  Las únicas respuestas que recibí a mis correos electrónicos fueron de mujeres que o bien pasaban la semana santa fuera de Galicia o bien que leyeron mi correo después de que yo ya hubiera vuelto a Madrid.  No hubo ni una mujer de las que contacté que permanecían en Galicia la semana santa que quisiera participar en aliviarme mi soledad este viaje. 

El vuelo el jueves de Semana Santa salió muy temprano.  Para llegar a tiempo decidí llamar a un taxi para que me esperara en mi portal.  Llegué con muchísima antelación al aeropuerto y la facturación fue casi instantánea, con los aparatos que te imprimen la tarjeta de embarque.  Hubiera perfectamente podido ir en trasporte público aún siendo tan inmensa la T4.  Llegué con hambre y sed.  Me pedí un tanque de cerveza y un sándwich.  En cuanto tengo la cerveza encima de mi bandeja, la tiro sin haberla probado.  Menos mal que la camarera se apiadó de mí y me puso una fresquita.

En el aeropuerto de Santiago cogí el autobús a la ciudad y desde la misma estación seguí hasta Vigo, mi primer destino.  El hotel estaba en el centro de la ciudad pero como la estación de autobuses estaba en las afueras tardé una hora en llegar a él.  Por el camino, arrastrando mi maleta, metí el pie en una de esas cosas que están por la calle donde plantan los árboles y me caí cuan largo era.  No hubo testigos.  Al dejar la maleta en el hotel salí hacia el museo del Mar.  Este museo está  dedicado a la pesca en Galicia.  No había nadie en él aún siendo gratis la entrada.  Desde el museo del Mar anduve los cuatro kilómetros hasta el centro de la ciudad.  Cené pulpo delicioso en un restaurante tras fracasar en mi empeño de localizar una pulpería.  Después de cenar me fui a la zona de Churruca la cual una moza del Meetic me contó que era una de las zonas de mejor ambiente de Vigo.  Acabé en un pub con música tranquila, con unas ganas locas de hablar con alguien, y sin atreverme.  La barra estaba llena de gente que no hacía más que mirar al frente.  Apenas hablaban entre ellos aunque parecía que se conocían.  De vez en cuando hablaban con los camareros.  No me atreví a soltar el "Hola, me llamo Andrés"  La siguiente mañana me desperté deprimido.  Se me pasó con el segundo café.

El viernes santo cogí el tren a Pontevedra, mi segunda parada.  Otra vez el hotel estaba en el centro, al lado del casco viejo, y la estación de tren en las afueras.  Un buen paseo después llegué a mi destino.  Como el día anterior se me había estropeado mi navegador GPS, tuve que orientarme con los mapas de Google en mi móvil.  Es una maravilla tener a tu disposición las direcciones para llegar a cualquier lugar del mundo en tu bolsillo.

Tareixa me había hablado muy bien de Combarro .  Me dijo que estaba cerca de Pontevedra y me decidí visitarlo.  En el hotel me dijeron que estaba a 2 km pero en cuanto se lo pregunté a un taxista me dijo que estaba a más bien 12 km.  Le dije al taxista que me llevara.  Hablamos de la vida en Pontevedra durante el trayecto.  Me dijo que había muy poca oferta de trabajo en esta parte de Galicia por lo cual era muy normal permanecer mucho tiempo en el paro si se perdía el trabajo.

Ya había estado en Combarro anteriormente , en otro viaje a Galicia.  Aún así me encantó.  Una calle estrecha de piedra con muchos  hórreos en la acera que daba hacia el mar.  Edificios de piedra.  Parecía todo antiguo.  Ambos lados de la calle estaban llenos de tiendas abiertas el mismísimo Viernes Santo.  Vendían artículos para los muchos turistas que había paseándose por el pueblo.  A mí con tanto sitio donde comprar se me pusieron los dientes tan largos  como se me ponen en el rastro.  Pendientes, camisetas, regalos, absorbieron bastantes de mis cuartos.  Ahora llevo un pendiente con motivo celta que me compré ahí.  El único momento negativo fue la vuelta a Pontevedra. El autobús llegó con más de media hora de retraso y la parada no estaba señalizada.   

Al llegar a Pontevedra, encontré la oficina de turismo y recogí los planos de rigor.  Seguí una ruta peatonal por el casco viejo recomendado en una de las guías.  Todo este casco era peatonal, con tanto la superficie de las calles como los edificios de piedra.  Me encantan estos edificios de piedra antiguos.  Después de ir al hotel a por ropa de abrigo, volví al casco viejo.  Había oído que al ser Viernes Santo, había procesiones.  Vi cofradía tras cofradía arrastrando o empujando sus vírgenes y cristos.  Algunos de estos iconos iban montados encima de carros mientras que otros era necesario llevarlos a puro golpe de músculo.  Impresiona ver cofrade tras cofrade disfrazado de  Ku Klux Klan.  La cara tapada por la capucha alta y puntiaguda.  Lo único que se veía eran sus ojos, rojos a la luz del flash.  Impresionante tanto fervor religioso. 

Cené un delicioso rodaballo y queso del país.  Después fui buscando algún sitio para tomar la penúltima.  En el segundo sitio al que fui ya tenía unas ganas locas de hablar con alguien.  Al final me atreví a decirle a un grupo la frase mágica de "Me llamo Andrés".  Una de las miembros del grupo era una mujer llamada Teresa que cada vez que me miraba, se reía.  Después de soltarla mi frase mágica pude mantener una conversación normal con ella.  Estoy seguro que Teresa sufrió mi barrido por Pontevedra.  Chatee un tiempo después con otra mujer de Pontevedra y esta me dijo que yo había causado furor por lo completo del susodicho barrido.

El sábado llovía.  Después de encontrar un bar donde tomar mis tres cafés matutinos, compré un paraguas en una tienda de 20 duros.  Después de dos horas de tren y hora y media andando llegué a mi hostal en A Coruña. Me asignaron una habitación limpia, sin ventanas y lo peor, sin enchufe para cargar el móvil.  Salí de mi hostal hacia las 14:00 y no volví hasta pasada la medianoche.  Lo primero que hice fue comer unos deliciosos callos con garbanzos en
un restaurante donde hacía tanto frío que no me atreví a quitarme mi
abrigo todo el tiempo que estuve ahí.  Después vi caer un granizado impresionante en una cafetería donde me recuperaba de la comida a base de cafés y cervezas.

A Coruña me pareció una ciudad muy fea.  Claro, tiene el casco peatonal y el paseo marítimo que son preciosos pero yo me adentré por la ciudad hasta la torre de Hércules.  Toda la zona cercana a este monumento era triste, deprimente, poco estética.    Llovía y hacía mucho viento en A Coruña. Mi paraguas aguantó bastante poco tiempo antes de quedar perjudicado por una ráfaga de viento en las afueras de la ciudad.  Después de la visita a la torre de Hércules y alguna parada estratégica para ingerir cerveza o cenar, ya era la hora de acostarse.  Este día fue el que menos me relacioné con la gente.  Un compañero del trabajo iba a pasar unos días de vacaciones en esta misma cuidad pero por desgracia yo había apuntado mal su teléfono.  El destino no quiso que este día practicara mis habilidades conversacionales.

El domingo santo había quedado con Sofía, la hermana de Tareixa en Santiago.  Gracias a haber cargado el móvil en el bar donde desayuné tenía los medios imprescindibles para contactar con ella.  Al final iba a tener con quien hablar.  Quitando la conversación de Pontevedra, había estado sólo todo el tiempo.  Al final vinieron toda su familia.  Tareixa volvía a Madrid por lo cual lo primero que hicimos, después de las cañas de rigor, fue acompañarla a la estación de tren.  Después me quedé a comer con su familia.  Acabamos en un restaurante donde comí un pulpo a la parrilla esplendido.  Intenté infructuosamente invitar a la familia de mi amiga al manjar que habíamos disfrutado juntos, pero no fue posible.  El padre me vio charlando con el camarero y marcó la ley.  El camarero cuando nos volvió a servir, tenía cara de pocos amigos.  Me quedé con Sofía de juerga hasta las 3 de la madrugada.  El avión salía a las 7 por lo cual otra vez me tocaba coger un taxi después de haber dormido muy poco.  El día siguiente fui a trabajar.  Si no hubiera sido porque conseguí dormir en el avión me habría ido a mi casa.  Estuve mareado todo el día.

Me asustó mucho hacer esta peregrinaxe pola Galiza urbana sólo.  Afortunadamente me gusta mi propia compañía, por lo cual no me aburrí ni lo más mínimo.  Cuando estaba parado en un bar o un restaurante me dedicaba o bien a escribir cartas o correos electrónicos con mi móvil.  Escribir me chifla y dedicarle los momentos muertos a mi pasión hizo que el tiempo se me pasara volando.  Por desgracia mi móvil se desconfiguró durante la semana santa.  Al llegar a Madrid vi que había nueve correos electrónicos pendientes de enviar. Fui capaz de sacarlos del móvil y mandarlos desde mi ordenador pero salieron con bastante retraso.

 Besos,

Andréso 

 

 

 

 

En los coffee shop venden café

Bastantes semanas antes de salir, quedamos para buscar alojamiento.  Estuvimos mirando hostales, ya que no nos apetecía gastarnos demasiado dinero en dormir.  Vimos muchos y no nos decidíamos por ninguno.  Al final le dije a Tareixa, ¿qué te parece este?  y ella me dijo que lo pillara.  Era un hostal en pleno barrio rojo con doce camas por habitación.  El cansancio había podido con nuestro deseo de encontrar lo mejor.  A medida que se acercaba la fecha de salida,  nos fuimos pensando dos veces compartir habitación con tanta gente y además en un lugar tan interesante como ese maravilloso lugar de libertinaje.  Quedábamos otro día para ver si encontrábamos algo mejor.  Estábamos dudando entre una casa barco y un hotel.  Nos ahorrábamos unos 60 euros con la casa barco por lo cual el día siguiente cancelé la reserva en el hostal del barrio rojo y alquilé un camarote con dos literas en el B&B Friesland.  En el precio de esta maravillosa casa barco estaba incluido un delicioso desayuno.  Investigando, descubrí que el autobús entre Eindhoven y Amsterdam salía tres veces al día y que costaba €45 por persona ida y vuelta. 

Vi una oferta para alquilar un coche por €89.  Eso era un poco menos que el precio del autobús ida y vuelta.  Además nos iba a dar bastante flexibilidad.  Se me volvieron a poner los dientes largos y lo alquilé.  Yo no contaba con el precio del seguro todo riesgo ni con la gasolina, por lo cual acabamos pagando el doble por el coche de lo que hubiéramos pagado por el autobús. Además el día de regreso el coche nos provocó toda clase de estrés.

 La noche antes de que saliéramos, nuestros compañeros de trabajo desearon embriagarnos.  Primero fuimos con Xurxo a ver una exposición de fotografía de un amigo suyo.  Estaba muy en las afueras de la capital, a bastante distancia de una estación de metro mal comunicada.  Luego fuimos en taxi a nuestro bar favorito .  Yo estaba bastante preocupado ya que el avión salía el siguiente día a las 06:30 y por aquel entonces me sienta mal dormir demasiado poco.  Nuestros amigos amenazaban con tenernos bebiendo como cosacos hasta que despegáramos.  Si eso fuera poco además nos pusieron encima de la mesa la oferta de acompañarnos al aeropuerto.  No teníamos la maleta hecha por lo cual a las 21:30 ya estábamos preparados para irnos.  Otra amiga insistió en que nos tomáramos la penúltima.  No pudimos despedirnos hasta las 23:00.  No nos dormimos hasta las 03:00 y a las 04:30 había puesto el alarma.  Hacía falta estar preparados cuando el taxi nos recogiera.   Llegamos a Eindhoven a las 09:00.  Mientras nos estábamos tomando el café para coger las fuerzas suficientes para que Tareixa pudiera conducir hasta Amsterdam, me noté inestable.  Tuve que tomarme una pastilla para que mis pies volvieran al suelo.

Al recoger el coche pagamos €50 extra por un seguro a todo riesgo y otros €60 por la gasolina.  A cambio de conseguir flexibilidad, nos salió bastante más caro que el autobús.  Tardamos en orientarnos por las autopistas holandesas.  Empezamos nuestro recorrido en la dirección equivocada y tardamos una salida en volver al camino correcto.  Circulábamos por el carril de la derecha por lo cual en la siguiente salida nos salimos de la autopista.  El resto del camino, lo hicimos por el del medio.    Fue muy simple llegar a Amsterdam.  La misma autopista comunica las dos ciudades.

Tanto yo como Tareixa consideramos los colores muy interesantes.  Desde que una persona me vio el aura blanca, habíamos llegado a la conclusión de que el camino tan bonito que compartíamos era de un color puro blanco.  Empezamos a hablar de que tono nos veíamos el uno a la otra.   Yo la conté que la veía verde primavera.   Al hacerme más maduro dejé atrás ese  blanco que mucho abarcaba y poco apretaba. Había llegado al verde del tono de las hojas cuando los árboles empiezan a florecer.  Seguí viendo a Tareixa con un color muy parecido al que yo creía tener ya que la seguía considerando mi alma gemela.  Únicamente la veía un poco más pálida.

Ella me contó que me veía naranja.  Profundicé para ver que adjetivo seguía a ese color y me dijo que hogar.  Ella me veía de un color naranja hogar.  No pude resistir la tentación de decirle que hay bastante rojo en el naranja y que el rojo es el color de la pasión.  Me encantó ver su cara.  Siempre consideré divertido sacarle la lengua a alguien que quiero mucho.  Para ella la pasión no tenía cabida en algo tan bonito, tan tranquilo como el puro blanco que compartíamos.  Aunque la sigo amando mucho mucho, todavía no he sentido la necesidad apremiante de ir más lejos.  Ella ojalá alguna vez me haga agasaje con compartir esa pasión conmigo, pero con todo lo que me ha regalado espero nunca presionarla hasta hacerla sentirse incómoda. 

Una cosa que me ha gustado mucho del color con el que me veía es que según lo que he leído el naranja rojizo es el color de la lujuria.  Después de tantos años de únicamente compartir relaciones platónicas con mis almas gemelas, deseo conocer la pasión, y la lujuria de una vez por todas.  Necesito perderle todo el miedo, todo el respeto al sexo, tan inalcanzable a lo largo de mi vida. Necesito aprender a coger lo que tanto anhelo.

En el coche la pedí un deseo que se cumplió al pie de la letra.  Yo la dije que deseaba una relación más complicada.  Lo único que quería era jugar con el sexo.  Siempre me he sentido muy seguro al lado de Tareixa, y me hubiera gustado practicar flirteo con ella.  No tenía necesidad de que ella me acogiera dentro de si, pero deseaba un cierto elemento sexual que añadiera picante a nuestra hermosa amistad.  Sería un lugar ideal para haber practicado lo que necesito saber a la hora de coger.  Un lugar seguro, sin riesgo.  El destino cabrón oyó mis palabras y dijo: "Quieres complejo?  Pues toma complejo…"  Lo nuestro ha dejado de ser para mí una relación de adolescentes y ha pasado a ser entre adultos, y no conozco más que algunas pocas de las reglas de esta nueva fase que compartimos.  Después del tercer concierto de Antonio Vega al que hemos ido juntos, lo nuestro ha llegado a unos niveles de complejidad que no he vivido jamás.  Esta tercera fase la acabamos de iniciar.

En las afueras de Amsterdam hay aparcamientos subsidiados que se llaman P&R o Park and Ride .  Te vale €6 al día dejar el coche ahí y te dan dos billetes de transporte público.  Cogimos el metro hacia la estación central de Amsterdam.  El Friesland se encontraba muy cerca.  Al llegar vimos una oficina de turismo, pero decidimos marcharnos directamente a la casa barco cuando vimos la ingente cola que había.  El barco nos encantó en cuanto pusimos los pies encima.  En la planta superior había un amplio bar donde se podía fumar.  En la planta de abajo, donde estaban los camarotes, pero por desgracia estaba prohibido fumar.  En el bar había una nevera con bebidas.  Podías servirte de lo que hubiera y dejabas €1.50 por consumición en la caja de las propinas. 

Después de preguntar a Jon, el propietario de la casa barco, que podíamos ver, nos dijo que lo mejor era ir a Waterlooplein, un mercado al aire libre que nos pillaba cerca.  Salimos hacia ahí.  En cuanto llegamos vimos un puesto donde vendían unas chaquetas tibetanas que nos chiflaron.  Había varias chaquetas naranjas y varias chaquetas verdes.  Teníamos la posibilidad de vestirnos cada uno con el color con el que le veía la otra.  Se nos pusieron los morros calientes y empezamos a regatear con el propietario del puesto.  Conseguimos rebajar el precio bastante, pero nos dio miedo quedarnos sin dinero. Nos fuimos sin comprar.  Decidimos volver el lunes al mercadillo pero por desgracia cuando llegamos ya habían cerrado.  Las chaquetas tendrán que esperar a la siguiente vez que vayamos a Amsterdam.

En Amsterdam no es demasiado caro comer.  Únicamente cuesta un par de euros más que en Madrid.  La cerveza es más barata.  Eso sí, un café te sale por más de dos euros.  Cualquier bocadillo en un puesto de comida rápida ya sube de los €4.  El primer día comimos un plato combinado de carne, un solomillo muy tierno, por 10 euros.  Después nos dedicamos a patear la ciudad.  Llegamos a la parada de uno de los barcos que recorre los canales de Amsterdam y nos subimos a él.  No nos informamos lo suficientemente bien antes de comprar los billetes.  Ese día los barcos únicamente navegaban una hora más.  Por lo menos el día siguiente podríamos disfrutarlo hasta el mediodía.  Nos bajamos en la zona de los museos y encontramos nuestro destino para el día siguiente, el museo Van Gogh .

Al regreso encontramos un bar muy agradable donde nos pasamos varias horas charlando sobre nosotros, sobre la vida y el mundo en general. Yo la conté que había que tener mucho cuidado con lo que se deseara sobre todas las cosas, ya que lo más probable era que se cumpliera.  El deseo supremo que tenía era tener una compañera de viaje.  Compartir un viaje con una mujer a la cual quería mucho mucho mucho. Tareixa hizo mi deseo sobre todas las cosas realidad en este viaje.  Veo posible que si mi deseo supremo hubiera sido encontrar con quien compartir el resto de mi vida, lo más seguro es que hubiéramos tenido una relación muy distinta, más intensa.  Lo que deseo en presencia de Tareixa tiene cierta tendencia a cumplirse.  Primero lo de tener una compañera de viaje, y luego una relación más compleja.

Le pedimos a una mujer de una mesa vecina que nos hiciera una foto y la pobre al levantarse se tiró su cubata encima.  Nos reímos mucho del asunto en los días venideros.  Tareixa, que no es experta en inglés, fue capaz de enterarse que la pobre mujer estaba tomando un mojito, de pedir uno fresquito a la camarera y de pagarlo. Me sentí tan, tan orgullosa de ella, de averiguar que su impresión de sus habilidades con el inglés era bastante inferior a la realidad.  Menos mal que no hacía mucho frío esa noche porque la pobre mujer se quedó totalmente empapada.

 A la vuelta vimos un cartel de Estrella Galicia en la puerta de un restaurante.  Entramos y cenamos comida rápida por poco dinero.  Por desgracia no vendían las Estrellinhas, el cartel era únicamente de decoración.  El restaurante lo llevaba un hombre que además de cocinar, atendía a las mesas.  Llegamos al Friesland y bajamos las maletas a nuestro camarote.  Para nuestro horror descubrimos que hacía falta poner las fundas a los edredones.  Habíamos dormido menos de dos horas y lo último que nos apetecía era luchar para meternos en nuestras cálidas camas.  Yo sólo no fui capaz de ponerlas. Entre los dos pudimos zanjar rápidamente el asunto y entrar en los brazos de Morfeo, el cual nos acurrucó en sus mullidos brazos hasta el día siguiente.

El plato fuerte de este día fue el museo Van Gogh.  El pintor era un verdadero genio, aunque enloqueció hasta tal punto que se cortó parte de una oreja con una navaja y se suicidó unos meses después.  Nos alquilamos audio guías y estuvimos escuchando todas las explicaciones que había para los cuadros de la exposición.  Nos inhalamos el museo entero incluyendo las exposiciones temporales aunque nos dejamos una planta ya que yo acabé mareado de tanta cultura.  Preferimos marearnos con el humo de un cigarro y no con más arte… Hubo una planta del anexo de las exposiciones temporales que no pisamos.  Nos quedamos sin ganas de ver un artista invitado, porque ya no podíamos más. Como si fuera poco, no había explicaciones en la audio guía acerca de ninguna obra de la exposición temporal.  Necesitábamos sentir el aire en nuestras caras y el humo en nuestros pulmones.  El día siguiente descubrí que es posible entrar y salir de un museo tantas veces se quiera con el mismo billete. Eso no lo sabía o habría intentado volver.

Después de comer llegamos al centro de Amsterdam y nos dirigimos con pie firme al museo del sexo.  La entrada costaba únicamente 3 euros.  La exposición era sobre como se ha vivido el sexo a lo largo de la historia, desde la prehistoria hasta el presente.  Había desde diosas de la fertilidad a consoladores de la época romana, hasta pornografía reciente.  A mí me impactaron los cinturones de castidad.  A la mujer a la cual sometían a esa brutalidad, le debían sangrar los muslos con cada paso que daba.   Nos encantó la exposición de fotografías pornográficas de finales del siglo XIX.  En cuanto se inventó la fotografía, tardaron muy poco en utilizarla para pornografía.

Nos dimos una vuelta por el barrio rojo.  Impresiona ver escaparate tras escaparate, cada uno con una mujer expuesta como si fuera un solomillo en un supermercado.  Impactante ver a tantas personas ofreciéndose  a quien fuera que quisiera alquilar unos minutos de su compañía.  Ahí esperando a que los clientes negocien las condiciones de la transacción con ellas.  Había varias calles donde no se veía más que luz roja tras luz roja en ambas aceras. Yo las miraba fascinado. A Tareixa le causó una significativa impresión.

Estábamos decididos a probar las drogas de los coffee shop.  El domingo iba a ser nuestro día de excesos.  Nos metimos en uno cerca del barrio rojo donde pedimos un café.  Tareixa se levantó para ir al servicio y al cabo de un rato la vi hablando con el camarero.  Me acerqué y creí que estaba hablando de marihuana.  Ni corto ni perezoso compré un gramo.  Sólo queríamos un canuto entre los dos y teníamos material para cuatro.  Eso es una consecuencia de ser ignorante acerca del mundo de las drogas.  Liamos el canuto y lo encendimos.   Nos entró mal rollo y nos retiramos temprano, sin cumplir nuestros propósitos de beber demasiado. A Tareixa le preocupaba bastante ya que yo tengo trastorno bipolar y mi psicóloga haía dicho que el porro pudiera tener efectos permanentes en mi estabilidad mental.  Estaba recien salido de otra crisis por enamorarme de ella. No encontrábamos una camera que yo le había prestado a Tareixa y eso la angustió.  Yo la dije el día siguiente, cuando apareció la camera, que cosas muertas no tenían ninguna importancia, que lo triste hubiera sido perder las fotos. Me hubiera gustado haber llegado tambaleando a la casa barco, pero el haber fumado sin ser experto en el tema, hizo imposible que siguiéramos bebiendo.

El siguiente día fue el turno del museo Stedelijk , él de arte moderno.  Estaba a diez minutos caminando desde el Friesland.  Aquí no había audio guías.  Nos tuvimos que conformar con leer todas las explicaciones de cada una de las obras de arte del museo.  Había muchas salas donde mostraban vídeos de arte moderno.  Para nuestra alegría descubrimos que se podía entrar y salir del museo cuantas veces quisiéramos, lo que nos permitió tomarnos un merecido descanso en el bar de la planta superior del edificio.  En la segunda planta había varias pantallas donde mostraban fotografías de artistas conocidos.  En un ordenador se podía escoger de cual de los 60 fotógrafos veías las fotos.

Intentamos alquilar una bici pero desistimos ya que la tienda cerraba muy temprano.  No nos hubiera dado tiempo de disfrutar lo suficiente de ellas.  Además el seguro me pareció excesivamente caro.  Nos dirigimos al mercadillo de Waterlooplein donde habíamos estado el sábado.  Llegamos después de que hubiera cerrado.   Cenamos en un restaurante tibetano, delicioso, y nos volvimos al Friesland donde desconectamos un rato compartiendo una cerveza.  La marihuana que nos sobró se la dejamos de propina a Jon, junto con nuestras llaves y el dinero por las cervezas.  No nos queríamos arriesgar a pasar la noche en comisaría por unos miseros 7 euros de maría.

El último día nos despertamos a las 04:15.  El taxi nos recogía a las 04:45.  Después de tomarnos el café frío, llegamos a la acera  justo en el momento en que aparcó el taxi.  Nos salió caro llegar al aparcamiento.  En Amsterdam cuestan bastante más que los de Madrid.  Al entrar en el aparcamiento, vimos que la oficina del Park and Ride donde habíamos dejado el coche estaba cerrada.  Había unas indicaciones para llegar a la oficina central del aparcamiento.  No fuimos capaces de comprenderlas.  La máquina no aceptaba nuestra tarjeta de Parking.  Llamé a un número de emergencias que había y se puso un caballero holandés que no sabía inglés.  No fuimos capaces de entenderlo.  Nos dimos una vuelta por el exterior buscando la dichosa oficina.  Bajamos y subimos por escaleras en obras.  Nos pateamos varias veces todo el aparcamiento sin dar con el lugar donde teníamos que pagar.  Al final vimos un coche aparcar y nos acercamos corriendo.  El buen hombre afortunadamente iba a la oficina.  Nos llevó casi de la mano.  Dimos brincos de alegría.  El único lugar por donde no nos metimos era el correcto.  Al final pudimos montarnos en el coche para ir al aeropuerto.  Todo el vuelo de vuelta lo pasamos durmiendo.  Al llegar a Madrid nos tomamos algunas cervecitas.  Esa noche ambos dormimos más de 14 horas.  Estábamos agotados de tantos días seguidos durmiendo poco.

Después de Amsterdam, lo que compartimos yo y Tareixa ha cambiado.  Yo, al haber conseguido mi deseo supremo de tener una compañera de viaje, me confié.  Tomé tres decisiones que involucraban a Tareixa sin consultar con ella si le apetecía que yo siguiera hacia adelante.  Una de ellas fue publicar este artículo en cuanto había acabado el primer borrador.  Me salió una monstruosidad que no la gustó nada.  Si únicamente hubiera editado el artículo varias veces antes de sacarlo a la luz pública la habría podido pintar tan hermosa como la veo.  Hubo un tiempo que me temía haberla perdido para siempre.  En esa fase de mi vida intenté descargarme las fotos de mi camera al ordenador. Había sacado bastantes fotos a Tareixa en Amsterdam y las quería de recuerdo, ya que creía que nunca más iba a tratar con ella. Curiosamente esta fase se inició después del segundo concierto de Antonio Vega, igual que puro blanco empezó con el primero.

El ordenador se había desconfigurado y yo creía que el problema era con la camera.  Intentando arreglarla rompí la tarjeta de memoria.  Llegué a mandarla desde una oficina en la que trabajé a una agencia de recuperación de datos, con tan mala suerte que puse la dirección de la agencia en el mismo lado del sobre que estaba el remite y la carta fue devuelta a la oficina.  Cuando la secretaria abrió el sobre, la tarjeta de memoria desapareció.  Hubiera pagado gustosamente cuatrocientos euros para tener en mis manos como recuerdo las fotos de Tareixa que había sacado, como creía que la había perdido para siempre.  Afortunadamente ella me ha dejado conservar alguna de las fotos que la he sacado posteriormente y hay una en particular que quiero imprimir para mirar cuando esté sólo y triste en mi casa.

 Besos,

Andreso