Después de comer vimos al moro.   Quería salir lo antes posible.  Subimos a la habitación a por algo de ropa.  Al salir nos esperaba una furgoneta con conductor.  Eramos los únicos que íbamos.  Habíamos estado seguros que vendría más gente. Nos dio mala espina.  En efecto, no fue una excursión agradable.Durante el viaje interminable, la furgoneta atravesó el centro de Hammamet.  La letra del compromiso del moro se había cumplido.  Dijo que visitaríamos Hammamet.  La atravesamos sin parar.  Yo me estaba temiendo lo peor.  Tenía miedo de que nos llevasen a un lugar desierto.  Según contaron unos compañeros del hotel hay muchísima vigilancia en Túnez.  En cuanto grite un turista, viene la policía.  Les interesa mucho que los turistas se sientan seguros.  Puedo asegurar que mis miedos no eran fundados.

Al final llegamos a Nabeul.  El embaucador nos llevó por callejones angostos hasta llegar a una zona comercial.  Nos metió en una tienda donde ponía en un cartel “oficina de turismo”.  Alfombras tipo persa estaban colgadas en el exterior.  El embaucador entró.  Le seguimos como borregos.  Con la sabiduría que proporciona la experiencia, deberíamos habernos despedido del moro al llegar a  Nabeul.  No deberíamos haber entrado en la oficina de turismo.  Así habríamos conseguido un viaje gratis.  Nos hubiéramos podido volver en taxi.

El embaucador

El que nos intentó engañar es un empleado del hotel

El responsable de la fábrica de alfombras era un moro alto y fuerte.  Tenía un tupido bigote.  Había alfombras por todas partes.  Dos mujeres estaban sentadas en taburetes al lado de la pared.  Estaban tejiendo alfombras.  Tenían a mano madejas de hilo de distintos colores.  Cortaban un trozo de hilo.  Lo ataban.  Así todo el día.  Trabajaban muy deprisa.  El matón nos contó que cobraban seis dinares (cuatro euros) al día.  Tardaban meses en acabar una alfombra.  Una de estas mujeres estaba tejiendo con hilo de seda, la otra con hilo de lana.  En los diez minutos que estuvimos ahí, no levantaron en ningún momento la vista del telar.  Me pregunto si las dejaban ir al servicio durante la jornada laboral.  Las sacamos fotos.  Saqué una del embaucador donde claramente aparecía la identificación del hotel.El matón no paraba de decir que las alfombras eran las únicas que tenían el sello de calidad de la oficina de Turismo de Túnez.  Repetía que tenían una calidad inmejorable.  Eran bonitas, pero al fin y al cabo eran únicamente alfombras.  Aún así yo tenía un  interés nulo en llevarme una alfombra de recuerdo.  El marón nos repetía una y otra vez que era posible pagar contra reembolso.  El primer plazo se abonaba al contado o con tarjeta.  El resto cuando llegara la alfombra.  Nos mostró bastantes facturas  de compras realizadas por europeos incautos. Ya me los imagino.  Estarían acojonados por el aspecto de matón que tenía el encargado.  Pagarían lo que fuera para salir con vida de ese sitio.  A mi el matón me daba miedo.

Nos subieron a una sala en el piso superior.  Nos sentaron separados.  Otra medida de presión.  No podíamos sacar fuerzas el uno del otro.  El embaucador estaba sentado entre mi novia y yo.  Nos ofrecieron una taza de café.  Empleados nos mostraban alfombras sin parar.  Primero de lana y luego de seda.  Las de seda eran mucho más pequeñas.  Mi novia empezó a decir que le parecían muy bonitas.  Eso no me gustó nada.  Me sentí casi presionado para comprar una.
Me llevaron a otra sala.  Iban a por sangre.  El matón sacó una calculadora.  Tecleó una cifra en ella.  Me la mostró.  Era lo que pedía por una ridícula alfombra de seda.  Más de 1500 euros.  Yo no paré de repetir que no tenía dinero.  El matón no paraba de insistir que le hiciera una oferta.  Al final cedí y le ofrecí 100 euros.  Yo había ganado la partida.  Había ofrecido un precio tan bajo que el matón lo consideró insultante.  Regateando se puede bajar a el precio a una cuarta o quinta parte de la oferta inicial.  Yo le estaba ofreciendo menos de una décima parte.  Había ganado la partida.  El matón se rindió.

Volví a la habitación donde estaba mi novia.  Nos habían servido té.  El matón intentó convencer a mi novia para que comprase.  Se le veía desganado.  Al final dijo: "darles una propina a nuestros chicos por el trabajo que han hecho mostrándoos las alfombras.  Un billete, nada de monedas."  Les pagamos diez dinares.  Salimos aliviados de todavía conservar la salud.  Esto es una experiencia que prefiero nunca repetir.

Nos dijeron que teníamos media hora para hacer compras en Nabeul.  En contra de nuestra voluntad nos endiñaron un guía.  Hubiéramos preferido ir solos.  Cuanto compramos nos salió más caro por culpa del guía.  Yo no me sentía cómodo con el.  Estoy convencido que sacaba comisión por nuestras compras.  No veló por nuestros intereses.  La experiencia nos enseño que es posible pagar una cuarta parte de la oferta inicial.  Con el como mucho ahorrábamos unos dinares.  Buena comisión se llevaría.  Le dimos cinco dinares de propina al guía.  Le dimos otros quince al embaucador.  Se los dimos porque teníamos miedo de que nos dejasen tirados.  Para ser una excursión gratis, nos estaba saliendo bastante cara.

Al taxi que nos trajo al hotel se subieron el embaucador y dos moros más.  Con gran alivio vimos como se fueron bajando de uno en uno.  Al final únicamente quedaba el conductor.  Poco después estábamos en el hotel.  Le dimos dos dinares de propina.  Esta persona nos había llevado a la salvación.  Fue una experiencia.

Esa noche llegaron huéspedes fresquitos al hotel.  El día siguiente, mientras esperaba a mi novia, se me acercó el embaucador.  Seguía llevando identificación del hotel Globalia Savana.  Actuaba como si fuera
mi amigote.  Afortunadamente, poco después de llegar mi novia, el se marchó.  Los próximos días le miraba con cara de odio.

Le vimos muchas más veces.  Cada vez que llegaban huéspedes nuevos se acercaba a ellos.  Siempre su primer día de estancia.  Había alguien en el hotel Globalia Savana que se dedicaba a aumentar sus ingresos a costa del miedo de los novatos.  Alguien le estaba diciendo quienes eran.  Nunca se acercaba a los que llevaban algunos días.  Sabía que ya estarían advertidos que la excursión gratis ofrecida por la cortesía del hotel es una vulgar estafa.  La oferta no aparecía publicada en ninguna parte del hotel.  Se buscaba acojonar a los novatos.  Que pasasen el suficiente miedo para comprar, por mucho más dinero que el que vale, una alfombra que no necesitaban.  Nosotros pasamos miedo.  En la oficina de turismo el matón mostró bastantes facturas.  Hubo muchos que tuvieron menos suerte que nosotros.  Hubo muchos que compraron por miedo.  El que esta estafa fuese gestionada por empleados del hotel dice mucho de la ética de su dirección.

 El andreso