Para el vuelo de ida utilicé parches de nicotina, para evitar el mono.  Tenía miedo de perder la correspondencia ya que mi vuelo salió de Madrid con retraso.  Afortunadamente no hubo problemas.  Compré "snus" en el aeropuerto en Noruega antes de pasar la aduana.  En ese país, hay un duty free donde se recogen las maletas.  Es un tabaco muy húmedo.  Se mete una pizca debajo del labio y durante algún tiempo la nicotina es absorbida.   Me era necesario comprar este producto ya que en Noruega está prohibido fumar excepto en el exterior.

Un primo mío me estaba esperando cuando salí de la tienda libre de impuestos.  A el, como a cada uno de mis familiares que vi este viaje le dije: "Qué alegría verte.  Pena que sea en estas circunstancias."  Estuve un rato con mis tía y mi madre.  Mi madre al enterarse de la muerte de su hermano, empezó a buscar vuelos de Montreal, donde vive, a Oslo.  Ella había casi desistido cuando al final encontró uno barato.   Llegó varias horas antes que yo.  Las mujeres de la casa habían preparado una deliciosa cena.  Mi tío es el director de la agencia responsable de recaudar impuestos en Noruega.  El estabas trabajando en el norte del país y no volvía hasta el día siguiente cuando íbamos a ir juntos al entierro.  Me acosté justo después de hablar con la novia por teléfono.  Yo estaba rendido.

Al día siguiente madrugamos mucho.  El vuelo salía a las 9 del aeropuerto de Oslo.  Era necesario disponer de tiempo para ponerse la ropa de gala antes de salir de casa.  Toda la familia, excepto una prima, fuimos en el mismo vuelo. El grupo eramos mi madre, dos tíos míos, la tía en cuya casa vivía, el primo que me recogió y dos primas.  Una tía no pudo ir ya que estaba recibiendo quimioterapia.  Ella temía que el avión se cayese y que ella se quedase sin familia.  El vuelo a Trondheim, donde se celebró el entierro, duró menos de una hora.  Es uno de los vuelos que más me ha gustado.  Era de bajo coste por lo cual los azafatos no servían nada.  Eso significaba que los pasillos del avión estaban libres todo el tiempo.  No hubo nunca atasco para ir al servicio.  Era como un autobús.  Los asientos no estaban numerados.  Te sentabas donde quisieses.  Me gustó mucho el vuelo.

Una vez llegamos a Trondheim, cogimos el autobús para ir a la ciudad.  70 coronas o casi 10 euros.  Para matar tiempo fuimos a una cafetería para merendar.  Un café vale 21 coronas o tres euros.  En este sitio se podía rellenar la taza cuantas veces se quisiese.  Después de tanto café, era necesario vaciar la vejiga.  Había un único servicio, común para hombres y para mujeres, en todo el centro comercial.  Entre todo el grupo estuvimos esperando más de una hora para entrar.  Un hombre no quería salir.    No parábamos de quejarnos.  Ningún agente de seguridad apareció.  Probablemente se trataba de un heroinómano al cual se le había ido un poco la mano.   Los de seguridad debían estar hartos.  Desistimos de esperar más cuando llegó un joven con claros síntomas de mono.  Al final fuimos a los servicios de un hotel cercano.

Como todavía faltaba bastante tiempo para que empezase el entierro, decidimos ir a la catedral de Trondheim, la cual estaba cerca.  Estuvimos 15 minutos andando sobre la nieve.  Hacía 12 grados bajo cero.  Mi madre iba agarrada de mi brazo ya que las aceras estaban resbaladizas y su calzado no agarraba.  La catedral es el típico edificio gigantesco de piedra del siglo XII.  Lo más destacable es que por dentro, era tan oscura que no salían las fotos sin flash.  Por supuesto el Flash estaba prohibido.  Ninguna foto salió bien.

Llamamos a dos taxis para que nos llevasen a la iglesia.  Esperamos más de un cuarto de hora en el frío helador.  Yo me subí al primero.  Cuando llegamos a la iglesia, los más allegados al fallecido estaban sentados en las dos primeras filas.  Nosotros nos pusimos justo detrás.  Me chocó que no había ningún sitio para ponerse de rodillas. Parece que esto no es parte del ritual protestante.  Aunque soy bastante alérgico a las ceremonias  religiosas esta fue llevadera porque hacía mucho frío fuera.  No es como España donde hay un bar delante de cada iglesia.  Además me dio corte abandonar mi familia.  El cura estuvo haciendo un resumen de la vida de mi tío.  Mi tío era un ingeniero del sector petroquímico.  Había participado en muchas innovaciones.  Había sido un buen padre y un buen abuelo.  Había destacado desde joven.   A los ocho años cubrió el puesto de mi abuelo cuando este estuvo de baja.

Llamamos otra vez a dos taxis para que nos llevasen a la recepción.  Esta vez uno de ellos era un maxitaxi.  Un minibús de 10 plazas.  Tardó más de 20 minutos en llegar.  Para entonces los dedos de mis pies me dolían por el frío.  Las molestias duraron varias horas.  No ayudó ni siquiera que me cambiase de calzado.

La comida era un plato único de salmón.  De postre hubo tarta.  A los niños les dieron salchichas.  Un primo mío entabló negociaciones infructuosas con el mayor intentando obtener sus salchichas.  El chaval no se dejó engatusar.  Había barra libre de refrescos.  Por desgracia no servían ninguna bebida alcohólica.  Al final de la cena bastantes de mis familiares hablaron recordando la maravillosa persona que había sido mi tío.  A varios de mis primos no les había visto en más de 10 años.  Es una pena que las circunstancias fuesen las que fueron.

Según lo que oí, mi tío tenía un riñón mal y se lo tenían que extirpar.  Algo fue mal en la operación.  Mi tío perdió más de dos litros de sangre.  Cuando subió a planta les comentó a sus prójimos: "Esto no es justo."  Eso fue una de las pocas veces a lo largo de su vida que se le oyó quejarse.  Por desgracia surgieron complicaciones y falleció.  En ningún momento los cirujanos que le operaron tuvieron la decencia de hablar con los familiares.  Sabían que habían cometido un error garrafal durante la operación y fueron demasiado cobardes para admitirlo.

Cuando acabó la recepción cogimos otro maxitaxi para llevarnos al aeropuerto.  El vuelo de regreso fue igual de cómodo que el de ida.  Una vez llegamos, estuvimos de charla un buen rato.  En la televisión echaban un concurso donde granjeros estaban buscando pareja.  Al principio del concurso cada granjero tenía diez pretendientes.  Cada semana descartaban a uno.  Durante las últimas semanas los pretendientes vivían en casa del granjero.  Hacían entrevistas a los distintos pretendientes y a los concursantes.  Filmaban todas las citas.  Uno de cincuenta años que nunca había tenido novia se volvió uno de los hombres más solicitados del país.

El día siguiente fuimos a un centro comercial en el centro de Oslo.  Aparcamos el coche en su aparcamiento.  Mi tía contó que la primera vez que aparcó ahí no encontraba donde pagar.  Le preguntó a un señor que pasaba por ahí si el la podía ayudar.  El señor era el primer ministro de Noruega.  El la dijo que no tenía ni idea ya que el había pagado con tarjeta.  Me compré unas botas.  Un calzado apropiado para el frío.  Como tenía algo de hambre, me compré un perrito caliente con un refresco.  35 coronas o 6,50 euros.

Mi tía, desde que sus hijos eran pequeños, hace todos los años un taller de fabricación de adornos navideños.  Una vez crecieron sus hijos, invitaba a los hijos de sus vecinos.  Ahora las estrellas de la fiesta son los hijos de mis primas.  Vino la hija de mi tío fallecido.  Estuvieron recordando al desaparecido.  Es muy complejo el hacer duelo por un ser querido.  Durante el taller mi control motor dejó mucho que desear.  Yo me considero con maña idéntica a una niña de cuatro años.  En el taller hice dos chapuzas y estoy muy orgulloso de que ninguna de las dos quedó horrorosa.

Por la tarde fuimos a un concierto navideño cantado por la soprano Sissel Kyrkeby  Una de las principales estrellas del pop de Noruega.  Ella recoge canciones folclóricas  escandinavas y les pone música moderna.  Su forma de cantar es sobrecogedora.  Aún así, no me hacen mucha gracia los villancicos,  No me gusta la navidad.  Las entradas las consiguió una prima mía que trabaja en una discográfica.  Ella no es especialmente puntual por lo cual la tuvimos que esperar y esperar.  Afortunadamente llegó a tiempo.  Me encantó.

El día después lo dediqué al viaje de regreso a Madrid.  Este fue de mis peores viajes. Por alguna razón mi vuelo de vuelta salía de un aeropuerto distinto.  El autobús entre Oslo y Sandefjord salía cada dos horas.  Cuando llegué a la estación de autobús, la primera guagua estaba llena.  Esperé media hora fuera.  Otra vez más me dolían los pies por el frío.  Dos horas después llegué al aeródromo.  El aeropuerto era cutre.  Tenía forma de caja de zapatos.  Tuve que esperar un par de horas. Hubo una hora de retraso.  Casi pierdo mi vuelo.  No anunciaron la salida.  Tuvimos que andar sobre la pista helada.  Nevaba y soplaba el viento.  El avión era pequeñito, cutre, con la escalera en la puerta.  Nos sentamos.  El capitán anuncia que es necesario deshelar el trasto.  Otra hora de retraso.  Llegué a Amsterdam después de que se iniciase el embarque en mi siguiente vuelo.  Fui andando deprisa hacia la puerta de embarque.  Ni siquiera me dio tiempo de fumarme un cigarrillo.  Cuando al final llegué, estaban dando el último aviso.  Me dijeron que mi maleta iba a Madrid en el siguiente vuelo.  Para rematar un nefasto día, a un pasajero no le había dado tiempo de llegar al avión y tenían que retirar su maleta.  Media hora de retraso después el capitán dice que a la maleta tampoco le dio tiempo de llegar.  Lo único que hubiese faltado es que me detuviesen en Aduanas.  Dos días después me trajeron la maleta.

El andreso.