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Camino Caminante Vereda

Category: Vacaciones

Viajes y más viajes.  Cualquier vez que salgo de Madrid y escribo algo lo publico aquí

Unha peregrinaxe pola Galiza urbana

A mi me cuesta mucho entablar conversaciones con desconocidos en bares.  Tengo un método infalible para conseguir un poco de palique, que consiste en acercarme a alguien y decirle "Hola, me llamo Andrés, tú como te llamas?" pero sólo me atrevo a utilizarlo en viajes organizados y excursiones de senderismo.  Necesito compartir un poco de terreno común, como el estar compartiendo un viaje, para que me atreva a soltar mis cuatro palabras mágicas.  En bares me horroriza el molestar al prójimo.  Apenas nunca me he atrevido a hablar con extraños en el gran mundo desconocido. 

Intente buscar gente con quien quedar a través del Meetic.  Hice un barrido por Vigo y Pontevedra.  Si no me equivoco, me puse en contacto con todas las mujeres inscritas en el Meetic que vivían en Pontevedra.  Las únicas respuestas que recibí a mis correos electrónicos fueron de mujeres que o bien pasaban la semana santa fuera de Galicia o bien que leyeron mi correo después de que yo ya hubiera vuelto a Madrid.  No hubo ni una mujer de las que contacté que permanecían en Galicia la semana santa que quisiera participar en aliviarme mi soledad este viaje. 

El vuelo el jueves de Semana Santa salió muy temprano.  Para llegar a tiempo decidí llamar a un taxi para que me esperara en mi portal.  Llegué con muchísima antelación al aeropuerto y la facturación fue casi instantánea, con los aparatos que te imprimen la tarjeta de embarque.  Hubiera perfectamente podido ir en trasporte público aún siendo tan inmensa la T4.  Llegué con hambre y sed.  Me pedí un tanque de cerveza y un sándwich.  En cuanto tengo la cerveza encima de mi bandeja, la tiro sin haberla probado.  Menos mal que la camarera se apiadó de mí y me puso una fresquita.

En el aeropuerto de Santiago cogí el autobús a la ciudad y desde la misma estación seguí hasta Vigo, mi primer destino.  El hotel estaba en el centro de la ciudad pero como la estación de autobuses estaba en las afueras tardé una hora en llegar a él.  Por el camino, arrastrando mi maleta, metí el pie en una de esas cosas que están por la calle donde plantan los árboles y me caí cuan largo era.  No hubo testigos.  Al dejar la maleta en el hotel salí hacia el museo del Mar.  Este museo está  dedicado a la pesca en Galicia.  No había nadie en él aún siendo gratis la entrada.  Desde el museo del Mar anduve los cuatro kilómetros hasta el centro de la ciudad.  Cené pulpo delicioso en un restaurante tras fracasar en mi empeño de localizar una pulpería.  Después de cenar me fui a la zona de Churruca la cual una moza del Meetic me contó que era una de las zonas de mejor ambiente de Vigo.  Acabé en un pub con música tranquila, con unas ganas locas de hablar con alguien, y sin atreverme.  La barra estaba llena de gente que no hacía más que mirar al frente.  Apenas hablaban entre ellos aunque parecía que se conocían.  De vez en cuando hablaban con los camareros.  No me atreví a soltar el "Hola, me llamo Andrés"  La siguiente mañana me desperté deprimido.  Se me pasó con el segundo café.

El viernes santo cogí el tren a Pontevedra, mi segunda parada.  Otra vez el hotel estaba en el centro, al lado del casco viejo, y la estación de tren en las afueras.  Un buen paseo después llegué a mi destino.  Como el día anterior se me había estropeado mi navegador GPS, tuve que orientarme con los mapas de Google en mi móvil.  Es una maravilla tener a tu disposición las direcciones para llegar a cualquier lugar del mundo en tu bolsillo.

Tareixa me había hablado muy bien de Combarro .  Me dijo que estaba cerca de Pontevedra y me decidí visitarlo.  En el hotel me dijeron que estaba a 2 km pero en cuanto se lo pregunté a un taxista me dijo que estaba a más bien 12 km.  Le dije al taxista que me llevara.  Hablamos de la vida en Pontevedra durante el trayecto.  Me dijo que había muy poca oferta de trabajo en esta parte de Galicia por lo cual era muy normal permanecer mucho tiempo en el paro si se perdía el trabajo.

Ya había estado en Combarro anteriormente , en otro viaje a Galicia.  Aún así me encantó.  Una calle estrecha de piedra con muchos  hórreos en la acera que daba hacia el mar.  Edificios de piedra.  Parecía todo antiguo.  Ambos lados de la calle estaban llenos de tiendas abiertas el mismísimo Viernes Santo.  Vendían artículos para los muchos turistas que había paseándose por el pueblo.  A mí con tanto sitio donde comprar se me pusieron los dientes tan largos  como se me ponen en el rastro.  Pendientes, camisetas, regalos, absorbieron bastantes de mis cuartos.  Ahora llevo un pendiente con motivo celta que me compré ahí.  El único momento negativo fue la vuelta a Pontevedra. El autobús llegó con más de media hora de retraso y la parada no estaba señalizada.   

Al llegar a Pontevedra, encontré la oficina de turismo y recogí los planos de rigor.  Seguí una ruta peatonal por el casco viejo recomendado en una de las guías.  Todo este casco era peatonal, con tanto la superficie de las calles como los edificios de piedra.  Me encantan estos edificios de piedra antiguos.  Después de ir al hotel a por ropa de abrigo, volví al casco viejo.  Había oído que al ser Viernes Santo, había procesiones.  Vi cofradía tras cofradía arrastrando o empujando sus vírgenes y cristos.  Algunos de estos iconos iban montados encima de carros mientras que otros era necesario llevarlos a puro golpe de músculo.  Impresiona ver cofrade tras cofrade disfrazado de  Ku Klux Klan.  La cara tapada por la capucha alta y puntiaguda.  Lo único que se veía eran sus ojos, rojos a la luz del flash.  Impresionante tanto fervor religioso. 

Cené un delicioso rodaballo y queso del país.  Después fui buscando algún sitio para tomar la penúltima.  En el segundo sitio al que fui ya tenía unas ganas locas de hablar con alguien.  Al final me atreví a decirle a un grupo la frase mágica de "Me llamo Andrés".  Una de las miembros del grupo era una mujer llamada Teresa que cada vez que me miraba, se reía.  Después de soltarla mi frase mágica pude mantener una conversación normal con ella.  Estoy seguro que Teresa sufrió mi barrido por Pontevedra.  Chatee un tiempo después con otra mujer de Pontevedra y esta me dijo que yo había causado furor por lo completo del susodicho barrido.

El sábado llovía.  Después de encontrar un bar donde tomar mis tres cafés matutinos, compré un paraguas en una tienda de 20 duros.  Después de dos horas de tren y hora y media andando llegué a mi hostal en A Coruña. Me asignaron una habitación limpia, sin ventanas y lo peor, sin enchufe para cargar el móvil.  Salí de mi hostal hacia las 14:00 y no volví hasta pasada la medianoche.  Lo primero que hice fue comer unos deliciosos callos con garbanzos en
un restaurante donde hacía tanto frío que no me atreví a quitarme mi
abrigo todo el tiempo que estuve ahí.  Después vi caer un granizado impresionante en una cafetería donde me recuperaba de la comida a base de cafés y cervezas.

A Coruña me pareció una ciudad muy fea.  Claro, tiene el casco peatonal y el paseo marítimo que son preciosos pero yo me adentré por la ciudad hasta la torre de Hércules.  Toda la zona cercana a este monumento era triste, deprimente, poco estética.    Llovía y hacía mucho viento en A Coruña. Mi paraguas aguantó bastante poco tiempo antes de quedar perjudicado por una ráfaga de viento en las afueras de la ciudad.  Después de la visita a la torre de Hércules y alguna parada estratégica para ingerir cerveza o cenar, ya era la hora de acostarse.  Este día fue el que menos me relacioné con la gente.  Un compañero del trabajo iba a pasar unos días de vacaciones en esta misma cuidad pero por desgracia yo había apuntado mal su teléfono.  El destino no quiso que este día practicara mis habilidades conversacionales.

El domingo santo había quedado con Sofía, la hermana de Tareixa en Santiago.  Gracias a haber cargado el móvil en el bar donde desayuné tenía los medios imprescindibles para contactar con ella.  Al final iba a tener con quien hablar.  Quitando la conversación de Pontevedra, había estado sólo todo el tiempo.  Al final vinieron toda su familia.  Tareixa volvía a Madrid por lo cual lo primero que hicimos, después de las cañas de rigor, fue acompañarla a la estación de tren.  Después me quedé a comer con su familia.  Acabamos en un restaurante donde comí un pulpo a la parrilla esplendido.  Intenté infructuosamente invitar a la familia de mi amiga al manjar que habíamos disfrutado juntos, pero no fue posible.  El padre me vio charlando con el camarero y marcó la ley.  El camarero cuando nos volvió a servir, tenía cara de pocos amigos.  Me quedé con Sofía de juerga hasta las 3 de la madrugada.  El avión salía a las 7 por lo cual otra vez me tocaba coger un taxi después de haber dormido muy poco.  El día siguiente fui a trabajar.  Si no hubiera sido porque conseguí dormir en el avión me habría ido a mi casa.  Estuve mareado todo el día.

Me asustó mucho hacer esta peregrinaxe pola Galiza urbana sólo.  Afortunadamente me gusta mi propia compañía, por lo cual no me aburrí ni lo más mínimo.  Cuando estaba parado en un bar o un restaurante me dedicaba o bien a escribir cartas o correos electrónicos con mi móvil.  Escribir me chifla y dedicarle los momentos muertos a mi pasión hizo que el tiempo se me pasara volando.  Por desgracia mi móvil se desconfiguró durante la semana santa.  Al llegar a Madrid vi que había nueve correos electrónicos pendientes de enviar. Fui capaz de sacarlos del móvil y mandarlos desde mi ordenador pero salieron con bastante retraso.

 Besos,

Andréso 

 

 

 

 

En los coffee shop venden café

Bastantes semanas antes de salir, quedamos para buscar alojamiento.  Estuvimos mirando hostales, ya que no nos apetecía gastarnos demasiado dinero en dormir.  Vimos muchos y no nos decidíamos por ninguno.  Al final le dije a Tareixa, ¿qué te parece este?  y ella me dijo que lo pillara.  Era un hostal en pleno barrio rojo con doce camas por habitación.  El cansancio había podido con nuestro deseo de encontrar lo mejor.  A medida que se acercaba la fecha de salida,  nos fuimos pensando dos veces compartir habitación con tanta gente y además en un lugar tan interesante como ese maravilloso lugar de libertinaje.  Quedábamos otro día para ver si encontrábamos algo mejor.  Estábamos dudando entre una casa barco y un hotel.  Nos ahorrábamos unos 60 euros con la casa barco por lo cual el día siguiente cancelé la reserva en el hostal del barrio rojo y alquilé un camarote con dos literas en el B&B Friesland.  En el precio de esta maravillosa casa barco estaba incluido un delicioso desayuno.  Investigando, descubrí que el autobús entre Eindhoven y Amsterdam salía tres veces al día y que costaba €45 por persona ida y vuelta. 

Vi una oferta para alquilar un coche por €89.  Eso era un poco menos que el precio del autobús ida y vuelta.  Además nos iba a dar bastante flexibilidad.  Se me volvieron a poner los dientes largos y lo alquilé.  Yo no contaba con el precio del seguro todo riesgo ni con la gasolina, por lo cual acabamos pagando el doble por el coche de lo que hubiéramos pagado por el autobús. Además el día de regreso el coche nos provocó toda clase de estrés.

 La noche antes de que saliéramos, nuestros compañeros de trabajo desearon embriagarnos.  Primero fuimos con Xurxo a ver una exposición de fotografía de un amigo suyo.  Estaba muy en las afueras de la capital, a bastante distancia de una estación de metro mal comunicada.  Luego fuimos en taxi a nuestro bar favorito .  Yo estaba bastante preocupado ya que el avión salía el siguiente día a las 06:30 y por aquel entonces me sienta mal dormir demasiado poco.  Nuestros amigos amenazaban con tenernos bebiendo como cosacos hasta que despegáramos.  Si eso fuera poco además nos pusieron encima de la mesa la oferta de acompañarnos al aeropuerto.  No teníamos la maleta hecha por lo cual a las 21:30 ya estábamos preparados para irnos.  Otra amiga insistió en que nos tomáramos la penúltima.  No pudimos despedirnos hasta las 23:00.  No nos dormimos hasta las 03:00 y a las 04:30 había puesto el alarma.  Hacía falta estar preparados cuando el taxi nos recogiera.   Llegamos a Eindhoven a las 09:00.  Mientras nos estábamos tomando el café para coger las fuerzas suficientes para que Tareixa pudiera conducir hasta Amsterdam, me noté inestable.  Tuve que tomarme una pastilla para que mis pies volvieran al suelo.

Al recoger el coche pagamos €50 extra por un seguro a todo riesgo y otros €60 por la gasolina.  A cambio de conseguir flexibilidad, nos salió bastante más caro que el autobús.  Tardamos en orientarnos por las autopistas holandesas.  Empezamos nuestro recorrido en la dirección equivocada y tardamos una salida en volver al camino correcto.  Circulábamos por el carril de la derecha por lo cual en la siguiente salida nos salimos de la autopista.  El resto del camino, lo hicimos por el del medio.    Fue muy simple llegar a Amsterdam.  La misma autopista comunica las dos ciudades.

Tanto yo como Tareixa consideramos los colores muy interesantes.  Desde que una persona me vio el aura blanca, habíamos llegado a la conclusión de que el camino tan bonito que compartíamos era de un color puro blanco.  Empezamos a hablar de que tono nos veíamos el uno a la otra.   Yo la conté que la veía verde primavera.   Al hacerme más maduro dejé atrás ese  blanco que mucho abarcaba y poco apretaba. Había llegado al verde del tono de las hojas cuando los árboles empiezan a florecer.  Seguí viendo a Tareixa con un color muy parecido al que yo creía tener ya que la seguía considerando mi alma gemela.  Únicamente la veía un poco más pálida.

Ella me contó que me veía naranja.  Profundicé para ver que adjetivo seguía a ese color y me dijo que hogar.  Ella me veía de un color naranja hogar.  No pude resistir la tentación de decirle que hay bastante rojo en el naranja y que el rojo es el color de la pasión.  Me encantó ver su cara.  Siempre consideré divertido sacarle la lengua a alguien que quiero mucho.  Para ella la pasión no tenía cabida en algo tan bonito, tan tranquilo como el puro blanco que compartíamos.  Aunque la sigo amando mucho mucho, todavía no he sentido la necesidad apremiante de ir más lejos.  Ella ojalá alguna vez me haga agasaje con compartir esa pasión conmigo, pero con todo lo que me ha regalado espero nunca presionarla hasta hacerla sentirse incómoda. 

Una cosa que me ha gustado mucho del color con el que me veía es que según lo que he leído el naranja rojizo es el color de la lujuria.  Después de tantos años de únicamente compartir relaciones platónicas con mis almas gemelas, deseo conocer la pasión, y la lujuria de una vez por todas.  Necesito perderle todo el miedo, todo el respeto al sexo, tan inalcanzable a lo largo de mi vida. Necesito aprender a coger lo que tanto anhelo.

En el coche la pedí un deseo que se cumplió al pie de la letra.  Yo la dije que deseaba una relación más complicada.  Lo único que quería era jugar con el sexo.  Siempre me he sentido muy seguro al lado de Tareixa, y me hubiera gustado practicar flirteo con ella.  No tenía necesidad de que ella me acogiera dentro de si, pero deseaba un cierto elemento sexual que añadiera picante a nuestra hermosa amistad.  Sería un lugar ideal para haber practicado lo que necesito saber a la hora de coger.  Un lugar seguro, sin riesgo.  El destino cabrón oyó mis palabras y dijo: "Quieres complejo?  Pues toma complejo…"  Lo nuestro ha dejado de ser para mí una relación de adolescentes y ha pasado a ser entre adultos, y no conozco más que algunas pocas de las reglas de esta nueva fase que compartimos.  Después del tercer concierto de Antonio Vega al que hemos ido juntos, lo nuestro ha llegado a unos niveles de complejidad que no he vivido jamás.  Esta tercera fase la acabamos de iniciar.

En las afueras de Amsterdam hay aparcamientos subsidiados que se llaman P&R o Park and Ride .  Te vale €6 al día dejar el coche ahí y te dan dos billetes de transporte público.  Cogimos el metro hacia la estación central de Amsterdam.  El Friesland se encontraba muy cerca.  Al llegar vimos una oficina de turismo, pero decidimos marcharnos directamente a la casa barco cuando vimos la ingente cola que había.  El barco nos encantó en cuanto pusimos los pies encima.  En la planta superior había un amplio bar donde se podía fumar.  En la planta de abajo, donde estaban los camarotes, pero por desgracia estaba prohibido fumar.  En el bar había una nevera con bebidas.  Podías servirte de lo que hubiera y dejabas €1.50 por consumición en la caja de las propinas. 

Después de preguntar a Jon, el propietario de la casa barco, que podíamos ver, nos dijo que lo mejor era ir a Waterlooplein, un mercado al aire libre que nos pillaba cerca.  Salimos hacia ahí.  En cuanto llegamos vimos un puesto donde vendían unas chaquetas tibetanas que nos chiflaron.  Había varias chaquetas naranjas y varias chaquetas verdes.  Teníamos la posibilidad de vestirnos cada uno con el color con el que le veía la otra.  Se nos pusieron los morros calientes y empezamos a regatear con el propietario del puesto.  Conseguimos rebajar el precio bastante, pero nos dio miedo quedarnos sin dinero. Nos fuimos sin comprar.  Decidimos volver el lunes al mercadillo pero por desgracia cuando llegamos ya habían cerrado.  Las chaquetas tendrán que esperar a la siguiente vez que vayamos a Amsterdam.

En Amsterdam no es demasiado caro comer.  Únicamente cuesta un par de euros más que en Madrid.  La cerveza es más barata.  Eso sí, un café te sale por más de dos euros.  Cualquier bocadillo en un puesto de comida rápida ya sube de los €4.  El primer día comimos un plato combinado de carne, un solomillo muy tierno, por 10 euros.  Después nos dedicamos a patear la ciudad.  Llegamos a la parada de uno de los barcos que recorre los canales de Amsterdam y nos subimos a él.  No nos informamos lo suficientemente bien antes de comprar los billetes.  Ese día los barcos únicamente navegaban una hora más.  Por lo menos el día siguiente podríamos disfrutarlo hasta el mediodía.  Nos bajamos en la zona de los museos y encontramos nuestro destino para el día siguiente, el museo Van Gogh .

Al regreso encontramos un bar muy agradable donde nos pasamos varias horas charlando sobre nosotros, sobre la vida y el mundo en general. Yo la conté que había que tener mucho cuidado con lo que se deseara sobre todas las cosas, ya que lo más probable era que se cumpliera.  El deseo supremo que tenía era tener una compañera de viaje.  Compartir un viaje con una mujer a la cual quería mucho mucho mucho. Tareixa hizo mi deseo sobre todas las cosas realidad en este viaje.  Veo posible que si mi deseo supremo hubiera sido encontrar con quien compartir el resto de mi vida, lo más seguro es que hubiéramos tenido una relación muy distinta, más intensa.  Lo que deseo en presencia de Tareixa tiene cierta tendencia a cumplirse.  Primero lo de tener una compañera de viaje, y luego una relación más compleja.

Le pedimos a una mujer de una mesa vecina que nos hiciera una foto y la pobre al levantarse se tiró su cubata encima.  Nos reímos mucho del asunto en los días venideros.  Tareixa, que no es experta en inglés, fue capaz de enterarse que la pobre mujer estaba tomando un mojito, de pedir uno fresquito a la camarera y de pagarlo. Me sentí tan, tan orgullosa de ella, de averiguar que su impresión de sus habilidades con el inglés era bastante inferior a la realidad.  Menos mal que no hacía mucho frío esa noche porque la pobre mujer se quedó totalmente empapada.

 A la vuelta vimos un cartel de Estrella Galicia en la puerta de un restaurante.  Entramos y cenamos comida rápida por poco dinero.  Por desgracia no vendían las Estrellinhas, el cartel era únicamente de decoración.  El restaurante lo llevaba un hombre que además de cocinar, atendía a las mesas.  Llegamos al Friesland y bajamos las maletas a nuestro camarote.  Para nuestro horror descubrimos que hacía falta poner las fundas a los edredones.  Habíamos dormido menos de dos horas y lo último que nos apetecía era luchar para meternos en nuestras cálidas camas.  Yo sólo no fui capaz de ponerlas. Entre los dos pudimos zanjar rápidamente el asunto y entrar en los brazos de Morfeo, el cual nos acurrucó en sus mullidos brazos hasta el día siguiente.

El plato fuerte de este día fue el museo Van Gogh.  El pintor era un verdadero genio, aunque enloqueció hasta tal punto que se cortó parte de una oreja con una navaja y se suicidó unos meses después.  Nos alquilamos audio guías y estuvimos escuchando todas las explicaciones que había para los cuadros de la exposición.  Nos inhalamos el museo entero incluyendo las exposiciones temporales aunque nos dejamos una planta ya que yo acabé mareado de tanta cultura.  Preferimos marearnos con el humo de un cigarro y no con más arte… Hubo una planta del anexo de las exposiciones temporales que no pisamos.  Nos quedamos sin ganas de ver un artista invitado, porque ya no podíamos más. Como si fuera poco, no había explicaciones en la audio guía acerca de ninguna obra de la exposición temporal.  Necesitábamos sentir el aire en nuestras caras y el humo en nuestros pulmones.  El día siguiente descubrí que es posible entrar y salir de un museo tantas veces se quiera con el mismo billete. Eso no lo sabía o habría intentado volver.

Después de comer llegamos al centro de Amsterdam y nos dirigimos con pie firme al museo del sexo.  La entrada costaba únicamente 3 euros.  La exposición era sobre como se ha vivido el sexo a lo largo de la historia, desde la prehistoria hasta el presente.  Había desde diosas de la fertilidad a consoladores de la época romana, hasta pornografía reciente.  A mí me impactaron los cinturones de castidad.  A la mujer a la cual sometían a esa brutalidad, le debían sangrar los muslos con cada paso que daba.   Nos encantó la exposición de fotografías pornográficas de finales del siglo XIX.  En cuanto se inventó la fotografía, tardaron muy poco en utilizarla para pornografía.

Nos dimos una vuelta por el barrio rojo.  Impresiona ver escaparate tras escaparate, cada uno con una mujer expuesta como si fuera un solomillo en un supermercado.  Impactante ver a tantas personas ofreciéndose  a quien fuera que quisiera alquilar unos minutos de su compañía.  Ahí esperando a que los clientes negocien las condiciones de la transacción con ellas.  Había varias calles donde no se veía más que luz roja tras luz roja en ambas aceras. Yo las miraba fascinado. A Tareixa le causó una significativa impresión.

Estábamos decididos a probar las drogas de los coffee shop.  El domingo iba a ser nuestro día de excesos.  Nos metimos en uno cerca del barrio rojo donde pedimos un café.  Tareixa se levantó para ir al servicio y al cabo de un rato la vi hablando con el camarero.  Me acerqué y creí que estaba hablando de marihuana.  Ni corto ni perezoso compré un gramo.  Sólo queríamos un canuto entre los dos y teníamos material para cuatro.  Eso es una consecuencia de ser ignorante acerca del mundo de las drogas.  Liamos el canuto y lo encendimos.   Nos entró mal rollo y nos retiramos temprano, sin cumplir nuestros propósitos de beber demasiado. A Tareixa le preocupaba bastante ya que yo tengo trastorno bipolar y mi psicóloga haía dicho que el porro pudiera tener efectos permanentes en mi estabilidad mental.  Estaba recien salido de otra crisis por enamorarme de ella. No encontrábamos una camera que yo le había prestado a Tareixa y eso la angustió.  Yo la dije el día siguiente, cuando apareció la camera, que cosas muertas no tenían ninguna importancia, que lo triste hubiera sido perder las fotos. Me hubiera gustado haber llegado tambaleando a la casa barco, pero el haber fumado sin ser experto en el tema, hizo imposible que siguiéramos bebiendo.

El siguiente día fue el turno del museo Stedelijk , él de arte moderno.  Estaba a diez minutos caminando desde el Friesland.  Aquí no había audio guías.  Nos tuvimos que conformar con leer todas las explicaciones de cada una de las obras de arte del museo.  Había muchas salas donde mostraban vídeos de arte moderno.  Para nuestra alegría descubrimos que se podía entrar y salir del museo cuantas veces quisiéramos, lo que nos permitió tomarnos un merecido descanso en el bar de la planta superior del edificio.  En la segunda planta había varias pantallas donde mostraban fotografías de artistas conocidos.  En un ordenador se podía escoger de cual de los 60 fotógrafos veías las fotos.

Intentamos alquilar una bici pero desistimos ya que la tienda cerraba muy temprano.  No nos hubiera dado tiempo de disfrutar lo suficiente de ellas.  Además el seguro me pareció excesivamente caro.  Nos dirigimos al mercadillo de Waterlooplein donde habíamos estado el sábado.  Llegamos después de que hubiera cerrado.   Cenamos en un restaurante tibetano, delicioso, y nos volvimos al Friesland donde desconectamos un rato compartiendo una cerveza.  La marihuana que nos sobró se la dejamos de propina a Jon, junto con nuestras llaves y el dinero por las cervezas.  No nos queríamos arriesgar a pasar la noche en comisaría por unos miseros 7 euros de maría.

El último día nos despertamos a las 04:15.  El taxi nos recogía a las 04:45.  Después de tomarnos el café frío, llegamos a la acera  justo en el momento en que aparcó el taxi.  Nos salió caro llegar al aparcamiento.  En Amsterdam cuestan bastante más que los de Madrid.  Al entrar en el aparcamiento, vimos que la oficina del Park and Ride donde habíamos dejado el coche estaba cerrada.  Había unas indicaciones para llegar a la oficina central del aparcamiento.  No fuimos capaces de comprenderlas.  La máquina no aceptaba nuestra tarjeta de Parking.  Llamé a un número de emergencias que había y se puso un caballero holandés que no sabía inglés.  No fuimos capaces de entenderlo.  Nos dimos una vuelta por el exterior buscando la dichosa oficina.  Bajamos y subimos por escaleras en obras.  Nos pateamos varias veces todo el aparcamiento sin dar con el lugar donde teníamos que pagar.  Al final vimos un coche aparcar y nos acercamos corriendo.  El buen hombre afortunadamente iba a la oficina.  Nos llevó casi de la mano.  Dimos brincos de alegría.  El único lugar por donde no nos metimos era el correcto.  Al final pudimos montarnos en el coche para ir al aeropuerto.  Todo el vuelo de vuelta lo pasamos durmiendo.  Al llegar a Madrid nos tomamos algunas cervecitas.  Esa noche ambos dormimos más de 14 horas.  Estábamos agotados de tantos días seguidos durmiendo poco.

Después de Amsterdam, lo que compartimos yo y Tareixa ha cambiado.  Yo, al haber conseguido mi deseo supremo de tener una compañera de viaje, me confié.  Tomé tres decisiones que involucraban a Tareixa sin consultar con ella si le apetecía que yo siguiera hacia adelante.  Una de ellas fue publicar este artículo en cuanto había acabado el primer borrador.  Me salió una monstruosidad que no la gustó nada.  Si únicamente hubiera editado el artículo varias veces antes de sacarlo a la luz pública la habría podido pintar tan hermosa como la veo.  Hubo un tiempo que me temía haberla perdido para siempre.  En esa fase de mi vida intenté descargarme las fotos de mi camera al ordenador. Había sacado bastantes fotos a Tareixa en Amsterdam y las quería de recuerdo, ya que creía que nunca más iba a tratar con ella. Curiosamente esta fase se inició después del segundo concierto de Antonio Vega, igual que puro blanco empezó con el primero.

El ordenador se había desconfigurado y yo creía que el problema era con la camera.  Intentando arreglarla rompí la tarjeta de memoria.  Llegué a mandarla desde una oficina en la que trabajé a una agencia de recuperación de datos, con tan mala suerte que puse la dirección de la agencia en el mismo lado del sobre que estaba el remite y la carta fue devuelta a la oficina.  Cuando la secretaria abrió el sobre, la tarjeta de memoria desapareció.  Hubiera pagado gustosamente cuatrocientos euros para tener en mis manos como recuerdo las fotos de Tareixa que había sacado, como creía que la había perdido para siempre.  Afortunadamente ella me ha dejado conservar alguna de las fotos que la he sacado posteriormente y hay una en particular que quiero imprimir para mirar cuando esté sólo y triste en mi casa.

 Besos,

Andreso

El hotel Globalia Savana

El hotel Globalia Savana

El exterior del hotel

La comida que sirvieron durante nuestra estancia no me gustó.  Era tipo bufé.  Estaba fría, insípida y demasiado cocinada.  Había cocina en vivo.  Dejaba mucho que desear.  Por las mañanas, un estudiante de hostelería hacía huevos fritos y tortitas.  En la comida y la cena recalentaba pasta demasiado hervida haciéndote una salsa de tomate con los ingredientes que deseases.  Una vez hubo cordero asado, frío por supuesto.

El todo incluido era también cutre.  El zumo de frutas que servían era hecho a base de polvos.  Únicamente te servían cerveza de barril.  Aunque la cerveza embotellada valiese una fracción más, no estaba incluida.  Los refrescos eran todos de botellas de plástico por lo cual, a menos que tuvieras la suerte de que empezaran una botella nueva, nunca tenían gas.  Las bebidas alcohólicas eran casi todas de marcas genéricas, de bajo coste, de las cuales casi nadie ha visto en un comercio.  Los cubatas los servían en vasos minúsculos.  Aún así estoy muy contento de que contratásemos el todo incluido.  No tuvimos ningún gasto extra en el hotel.

La habitación nos gustó mucho.  Era amplia.  Tenía una terraza con vistas al mar.  El inodoro estaba en una habitación separada.  El cuarto de baño era amplio.  El agua de la ducha tenía suficiente presión.  Había dos camas individuales por lo cual era fácil dormir sin molestar al prójimo.  Las camas eran lo suficientemente amplias para que en caso de necesidad cupiésemos los dos.  Hacía falta pagar una fianza de 20 euros para el control remoto de la televisión.  Este mando era imprescindible para verla.  El agua de grifo era potable.  

El interior del hotel globalia Savana

El interior del hotel

Todas las noches el departamento de animación montaba un espectáculo de unos 20 minutos.  No era gran cosa pero lo encontrábamos ameno.  Todas las noches, cuando bajaban del escenario, nos decían que la fiesta seguía en el café moro.  Esta está decorada con motivos árabes y te puedes fumar una cachimba o tomarte un té.  Ninguna consumición del café moro está incluida en nuestro todo incluido.  Fuimos un día después del espectáculo y lo único que pasó es que unos animadores estaban sentados con unos huéspedes.  Muy aburrido.  Hubo un grupo de gente que se quejó de la mala calidad de la animación.

Una cosa que me disgustó mucho del hotel Globalia Savana es que tenían contratado un empleado para timar a los recién llegados.  Un embaucador se acercaba a todos los huéspedes su primer día de estancia.  Les ofrece la posibilidad de ver Hammamet y Nabeul, de hacer compras y de hacer fotos en una fábrica de alfombras.  Todo gratis.  Esto es una excusa para intentar obligarte comprar una alfombra que no necesitas por mucho más dinero que el que vale en contra de tu voluntad.  En la fábrica de alfombras te someten a muchísima presión.  Seguro que la fábrica le da una buena comisión al hotel.  Nosotros picamos y pasamos verdadero miedo.  Si no es el primer día, cuando todavía eres novato, no hay posibilidad de ir a la fábrica de alfombras.  Eso es prueba clara que se trata de un timo.  El hotel Savana se enriquece estafando sus huéspedes más novatos.  Es fácil que un huésped se gaste muchos euros por miedo.

El Andreso 

Una excursión gratuita

Después de comer vimos al moro.   Quería salir lo antes posible.  Subimos a la habitación a por algo de ropa.  Al salir nos esperaba una furgoneta con conductor.  Eramos los únicos que íbamos.  Habíamos estado seguros que vendría más gente. Nos dio mala espina.  En efecto, no fue una excursión agradable.Durante el viaje interminable, la furgoneta atravesó el centro de Hammamet.  La letra del compromiso del moro se había cumplido.  Dijo que visitaríamos Hammamet.  La atravesamos sin parar.  Yo me estaba temiendo lo peor.  Tenía miedo de que nos llevasen a un lugar desierto.  Según contaron unos compañeros del hotel hay muchísima vigilancia en Túnez.  En cuanto grite un turista, viene la policía.  Les interesa mucho que los turistas se sientan seguros.  Puedo asegurar que mis miedos no eran fundados.

Al final llegamos a Nabeul.  El embaucador nos llevó por callejones angostos hasta llegar a una zona comercial.  Nos metió en una tienda donde ponía en un cartel “oficina de turismo”.  Alfombras tipo persa estaban colgadas en el exterior.  El embaucador entró.  Le seguimos como borregos.  Con la sabiduría que proporciona la experiencia, deberíamos habernos despedido del moro al llegar a  Nabeul.  No deberíamos haber entrado en la oficina de turismo.  Así habríamos conseguido un viaje gratis.  Nos hubiéramos podido volver en taxi.

El embaucador

El que nos intentó engañar es un empleado del hotel

El responsable de la fábrica de alfombras era un moro alto y fuerte.  Tenía un tupido bigote.  Había alfombras por todas partes.  Dos mujeres estaban sentadas en taburetes al lado de la pared.  Estaban tejiendo alfombras.  Tenían a mano madejas de hilo de distintos colores.  Cortaban un trozo de hilo.  Lo ataban.  Así todo el día.  Trabajaban muy deprisa.  El matón nos contó que cobraban seis dinares (cuatro euros) al día.  Tardaban meses en acabar una alfombra.  Una de estas mujeres estaba tejiendo con hilo de seda, la otra con hilo de lana.  En los diez minutos que estuvimos ahí, no levantaron en ningún momento la vista del telar.  Me pregunto si las dejaban ir al servicio durante la jornada laboral.  Las sacamos fotos.  Saqué una del embaucador donde claramente aparecía la identificación del hotel.El matón no paraba de decir que las alfombras eran las únicas que tenían el sello de calidad de la oficina de Turismo de Túnez.  Repetía que tenían una calidad inmejorable.  Eran bonitas, pero al fin y al cabo eran únicamente alfombras.  Aún así yo tenía un  interés nulo en llevarme una alfombra de recuerdo.  El marón nos repetía una y otra vez que era posible pagar contra reembolso.  El primer plazo se abonaba al contado o con tarjeta.  El resto cuando llegara la alfombra.  Nos mostró bastantes facturas  de compras realizadas por europeos incautos. Ya me los imagino.  Estarían acojonados por el aspecto de matón que tenía el encargado.  Pagarían lo que fuera para salir con vida de ese sitio.  A mi el matón me daba miedo.

Nos subieron a una sala en el piso superior.  Nos sentaron separados.  Otra medida de presión.  No podíamos sacar fuerzas el uno del otro.  El embaucador estaba sentado entre mi novia y yo.  Nos ofrecieron una taza de café.  Empleados nos mostraban alfombras sin parar.  Primero de lana y luego de seda.  Las de seda eran mucho más pequeñas.  Mi novia empezó a decir que le parecían muy bonitas.  Eso no me gustó nada.  Me sentí casi presionado para comprar una.
Me llevaron a otra sala.  Iban a por sangre.  El matón sacó una calculadora.  Tecleó una cifra en ella.  Me la mostró.  Era lo que pedía por una ridícula alfombra de seda.  Más de 1500 euros.  Yo no paré de repetir que no tenía dinero.  El matón no paraba de insistir que le hiciera una oferta.  Al final cedí y le ofrecí 100 euros.  Yo había ganado la partida.  Había ofrecido un precio tan bajo que el matón lo consideró insultante.  Regateando se puede bajar a el precio a una cuarta o quinta parte de la oferta inicial.  Yo le estaba ofreciendo menos de una décima parte.  Había ganado la partida.  El matón se rindió.

Volví a la habitación donde estaba mi novia.  Nos habían servido té.  El matón intentó convencer a mi novia para que comprase.  Se le veía desganado.  Al final dijo: "darles una propina a nuestros chicos por el trabajo que han hecho mostrándoos las alfombras.  Un billete, nada de monedas."  Les pagamos diez dinares.  Salimos aliviados de todavía conservar la salud.  Esto es una experiencia que prefiero nunca repetir.

Nos dijeron que teníamos media hora para hacer compras en Nabeul.  En contra de nuestra voluntad nos endiñaron un guía.  Hubiéramos preferido ir solos.  Cuanto compramos nos salió más caro por culpa del guía.  Yo no me sentía cómodo con el.  Estoy convencido que sacaba comisión por nuestras compras.  No veló por nuestros intereses.  La experiencia nos enseño que es posible pagar una cuarta parte de la oferta inicial.  Con el como mucho ahorrábamos unos dinares.  Buena comisión se llevaría.  Le dimos cinco dinares de propina al guía.  Le dimos otros quince al embaucador.  Se los dimos porque teníamos miedo de que nos dejasen tirados.  Para ser una excursión gratis, nos estaba saliendo bastante cara.

Al taxi que nos trajo al hotel se subieron el embaucador y dos moros más.  Con gran alivio vimos como se fueron bajando de uno en uno.  Al final únicamente quedaba el conductor.  Poco después estábamos en el hotel.  Le dimos dos dinares de propina.  Esta persona nos había llevado a la salvación.  Fue una experiencia.

Esa noche llegaron huéspedes fresquitos al hotel.  El día siguiente, mientras esperaba a mi novia, se me acercó el embaucador.  Seguía llevando identificación del hotel Globalia Savana.  Actuaba como si fuera
mi amigote.  Afortunadamente, poco después de llegar mi novia, el se marchó.  Los próximos días le miraba con cara de odio.

Le vimos muchas más veces.  Cada vez que llegaban huéspedes nuevos se acercaba a ellos.  Siempre su primer día de estancia.  Había alguien en el hotel Globalia Savana que se dedicaba a aumentar sus ingresos a costa del miedo de los novatos.  Alguien le estaba diciendo quienes eran.  Nunca se acercaba a los que llevaban algunos días.  Sabía que ya estarían advertidos que la excursión gratis ofrecida por la cortesía del hotel es una vulgar estafa.  La oferta no aparecía publicada en ninguna parte del hotel.  Se buscaba acojonar a los novatos.  Que pasasen el suficiente miedo para comprar, por mucho más dinero que el que vale, una alfombra que no necesitaban.  Nosotros pasamos miedo.  En la oficina de turismo el matón mostró bastantes facturas.  Hubo muchos que tuvieron menos suerte que nosotros.  Hubo muchos que compraron por miedo.  El que esta estafa fuese gestionada por empleados del hotel dice mucho de la ética de su dirección.

 El andreso

Un domingo en Tunez

Llegamos al paseo marítimo.  Nos paramos en varias tiendas.  A casi todos los vendedores los conseguimos ahuyentar diciéndoles que no teníamos dinero.  Vi una chaqueta de lana que me pareció muy bonita.  Mi novia le preguntó al vendedor cuanto costaba.  Dio un precio desorbitado.  Yo insistí que no teníamos dinero.  Dijo que aceptaba tarjetas de crédito.  Nos atosigaba ordenándonos que le diésemos un precio.  Yo estaba tan agobiado que quería huir.  No nos dejaba.  Al final le ofrecí menos de la tercera parte.  Acordamos cinco dinares más.  En Túnez dicen que te puedes llevar las cosas por una cuarta o quinta parte de lo que piden inicialmente.  Yo no sé regatear.

Mi novia y yo nos descalzamos y nos pusimos a pasear por la playa.  Nos hicimos muchas fotos.  Ella iba por delante con la camera.  La veo sentada encima de una barca.  Hay un moro guapo y joven hablando con ella.  Mi novia agarraba la camera con mucha fuerza.

Están hablando en inglés.  No afecta la conversación el qué yo me una.  El cuenta que trabaja en una tienda de souvenirs al otro lado del paseo marítimo.  Durante el verano trabaja en un hotel.  Después del verano no hay trabajo.  Dice que no le gusta la cultura de su país.  Que es muy difícil relacionarse con las mujeres.  Cuando estuvo un mes con su tío en Londrés le encantó tratar con las inglesas.

El dice que el problema de Túnez es que las mujeres no se relacionan con los hombre.  "No Sunshine" dice y repite.  Tardé varios minutos en darme cuenta de que esto de los rayos solares era un eufemismo de follar.  Para el era prácticamente imposible echar polvetes con las nativas.  Además carecía de medios para casarse.  En Túnez está muy mal visto que una mujer se acueste con un hombre si no está casada.

El moro comentó que el verano era su fuente de "Sunshine".  Ofrecía sus servicios a mujeres occidentales.  Ellas le pagaban hasta 60 euros.  Me preguntó cuantos camellos pedía yo por una hora de "Sunshine" con mi novia.  No sabiendo como llevarnos los  camellos a España, rechazamos su propuesta.  El tío no se había cortado lo más mínimo.  Poco después nos despedimos de el.

En Túnez los hombres venden muchas cosas.  Algunos venden  chilabas, cachimbas y demás souvenirs.  Otros venden su tiempo en el sector de la hostelería.  El que conocimos, además, vendía su cuerpo a las turistas extranjeras.

Impresiones de Tunez

Volamos otra vez con Air Europa, sin duda una de las peores líneas aéreas en existencia.  Además de no ofrecer ninguna consumición gratuita, venden productos de baja calidad a un precio importante.  Ninguna atención con los clientes y encima ocupan el pasillo con su carrito de la estafa.  Pusieron publicidad de su "maravillosa" empresa todo el vuelo.  Parece que los muy ilusos hasta tienen un programa de fidelidad.

Debe de ser muy incómodo para un árabe entrar en Europa.  Le deben de hacer la vida imposible.  Si no, no se explica el panorama que nos encontramos en las aduanas.  Colas larguísimas, atendidas por agentes muy pausados.  Para más inri había que pasar por un detector de metales antes de recoger la maleta.  Viendo las trabas que les ponen a sus ciudadanos en países occidentales, nos han decidido dar un trago de nuestra propia medicina.  El control tenía muy poco que ver con seguridad y mucho con hacer perder el tiempo.  No demasiado.  Si fuese demasiado no volveríamos a pisar el país.  Necesitan el dinero de nuestro turismo.

Primer día, primer escarmiento.  Un moro muy guapo nos ofreció una excursión gratis.  Nos quedamos muy sorprendidos cuando vimos que estábamos solos en el taxi.  Era el timo de las alfombras.  Mucha gente, acojonada por el panorama se gastó miles de euros por temor a que dejasen sus cuerpos sin vida en una zanja.  Lo gracioso es que el moro trabaja en el hotel Globalia Savana.  Por lo menos llevaba una tarjeta que le identificaba como empleado.  Parece que el hotel no satisfecho con los ingresos por alojamiento y bebidas, se quiere sacar pelas con la estafa de las alfombras.

Tuve la impresión que muchos moros que trabajan cara al turista nos desprecian.  Han visto suficiente desaire por parte de algunos occidentales para tenernos asco a todos.  Te piden un cigarrillo y cogen dos.  Regateas y te estafan.  Se pegan como lapas si te paras a mirar algo en sus tiendas.  El primer precio que te ofrecen es tal estafa que me apetece darle un plantón.  Me siento objeto de discriminación.  Claro está, ellos viven ahí y nosotros no somos más que visitantes.

Lo que los occidentales  estemos mal vistos en Túnez, tiene lógica.  Ha habido muchísimos siglos de racismo y desprecio contra los moros.  El desprecio genera desprecio.  Si has oído que alguien te detesta y has estado lo suficientemente expuesto al otro para ver algunos desplantes a tu cultura es muy fácil detestar a todos los que son diferentes.

Nos dimos cuenta que en cuanto nos alejábamos un poquito de las zonas turísticas,  el trato era muy correcto.  No habían aprendido a tratar al extraño como un inferior.  Nos respetaban.  Parece que la tendencia es darle el beneficio de la duda al extraño.  Los que trabajan cara al turista se han dado cuenta de cosas de los turistas que no les atraen.  Viendo cosas que no te gustan en algunos integrantes de un colectivo, es fácil generalizar.

La configuración de la zona turística en la que estamos no ayuda al entendimiento.  Los únicos árabes a los que estamos expuestos o bien nos están sirviendo o bien nos están vendiendo cosas.  Los tunecinos viven al otro lado de una valla.  Dentro de la valla hay además muchos hoteles.  Únicamente hay una entrada al recinto de los hoteles.  Encontramos otro recinto con solo una entrada donde había clubes de lujo y mansiones. El ciudadano medio tunecino no tiene acceso a la zona de hoteles.  Únicamente se ven tunecinos que o bien trabajan cara al turista o bien trabajan en la construcción.   Guardias de seguridad se encargan de evitar que los nativos puedan acceder a los hoteles.  No hay sensación de encontrarse en África.  Esa es la sensación que quieren transmitir las grandes cadenas hoteleras.  Los moros a tu servicio.

Navidad en Montreal

Como siempre llegué al aeropuerto con más de dos horas de antelación.  Estuve con mi padre casi una hora antes de dirigirme a mi puerta de embarque.  Cuando al final me cansé de la humillación de estar de pie en la jaula de fumadores que usan para marginarnos, me di una vuelta por el aeropuerto.  Tuve la inmensa suerte de encontrar un bar con sección de fumadores.  Mientras me tomaba un copazo, cogí fuerzas para las muchas horas de abstinencia que iba a pasar.

Este viaje fue el primero donde utilicé el tabaco de mascar sueco "snus".  El experimentó fue todo un éxito.  El snus que utilicé viene en bolsas como las de té, con un gramo de tabaco en cada bolsa.  Es tabaco picado muy finamente al cual se ha agregado agua para hacerlo muy húmedo y sal para darle sabor.  Al colocarme una bolsita debajo del labio superior, aguanto casi una hora sin ansiedad.

El único problema de British Airways es que pertenece a un país anglosajón.  En ese estado como en los demás de su calaña, le dan mucho bombo y platillo al tema de seguridad.  El aeropuerto de Heathrow en Londrés es el único al cual he ido donde nos hacen pasar por un detector de metales haciendo un transbordo.  Eso lleva bastante tiempo.   Hay colas ingentes.  

Al llegar a Montreal, mi maleta no aparecía.  Pregunté en equipajes perdidos.  Había un atasco en la cinta.  Al salir por el control de seguridad me revisaron la maleta.  Aunque llevaba algunos artículos que rayaban en la ilegalidad, como un programa que había grabado para mi hermana y un pelín demasiado de tabaco, no tuve problemas.  No me pusieron ninguna pega.  Finalmente pude ver mi hermana.  Ella llevaba hora y media esperándome,  Estaba tan harta que, bajo ningún concepto, estaba dispuesta a esperar hasta que yo me acabase mi primer cigarrillo de la libertad.

La segunda noche que pasé en Montreal salí con un antiguo amigo mío.  Quedamos en un garito próximo a la casa de mis padres.  Ahí elaboran su propia cerveza.  Montreal está llena de bares donde son artesanos del agua de cebada.  También hay varias fábricas pequeñas llamadas "microbreweries".  Estas hacen sus propios caldos.  Personalmente los encuentro deliciosos.  La producción anual conjunta de estas micro cerveceras, es más pequeña que lo que se desperdicia en un solo mes en una fábrica grande.  Montreal es la parte del mundo donde se puede comprar la cerveza que me resulta más deliciosa.  Aquella noche hubo oportunidad de beber mucha cerveza.  Tanta que hacia la una de la madrugada ya me estaba quedando dormido.  El alcohol y la diferencia horaria fueron demasiado para mi cuerpo de casi de 40 tacos.  Volví andando a mi casa.  Una hazaña nada despreciable teniendo en cuenta que estuve andando más de media hora a temperaturas inferiores a veinte bajo cero.

El día siguiente fui a comer a casa de una amiga.  Ella se había comprado un piso nuevo unos meses atrás.  Yo salí de casa de mis padres con bastante retraso al haber hecho mella la resaca.   Después de un largo viaje en transporte público llegué a la zona donde vive mi amiga.  Llegué a los números impares.  No fui capaz de deducir por mi mismo que ella vive al otro lado de la calle.  La llamé diciéndola que ella me había dado mal la dirección, que el número no existía.  No se me ocurrió que tuviera que cruzar al otro lado de la calle.  Ella me echó la bronca por llegar tarde y por dudar de su palabra.  Para desgracia mía ella no cocina bien.  Fue una comida para olvidar.

Me lo pasé muy bien con la familia en estas vacaciones aunque únicamente me dejaron fumar en mi antigua habitación y en casa de mi hermana.  Me encantó estar con ellos.  Habían pasado muchos meses desde que les vi por última vez.  Les echaba de menos.  Comí muy bien estas vacaciones.  Entre el funeral en Noruega, las tres semanas que pasó mi padre en Madrid, donde comimos fuera casi todos los días, y las dos semanas en Montreal, engordé cuatro kilos.  Después de tanto el ganso de Noche Buena como del pavo de Navidad, me fui a la cama con la sensación de ser una foca obesa.  Eso jamás me había pasado antes, aunque me sobran bastantes kilos.

Cuando volví a quedar con mi amigo, cenamos en otra de esas cervecerías que hacen su propia cerveza.    Al cerrar este bar muy temprano, acabamos en el garito de la primera noche.  Bebimos mucha cerveza.  Hacia el final de la noche se me acabó el tabaco.  Un paquete me costó casi seis euros.  En Canadá los paquetes de tabaco llevan impresa una imagen para demostrar lo malos para la salud que son.  Las advertencias sanitarias vienen tanto en inglés como en francés.  Impone.  

Estaba bastante borracho cuando empecé la caminata hacia casa.  Mi madre se quedó despierta, mirando por la ventana, hasta que me vio.  Las madres como son.  En Montreal oí en la radio de un hombre de más de 50 años que fue a visitar el pueblo donde vivía su madre. Salió hasta tarde una noche.  Cuando volvió  se encontró a su madre de más de 80 años esperándole despierta, sentada en un sillón.  La pobrecita le dijo que había estado muy preocupada.  Hacía más de 30 años que el hombre se fue de casa.  El día siguiente mi madre me dijo que muchos hombres de 80 años andaban más deprisa de lo que yo lo hice camino a casa.  Claro, entre la borrachera, la nieve que había caído y estar cargado de regalos, preferí no arriesgarme.

El viaje de vuelta fue bien.  Conseguí dormir unas horas.  Otra vez utilicé snus para quitarme el mono.      Cuando llegué a Londrés, después de andar y andar hasta llegar al control de seguridad, encontré una zona de fumadores donde me dio tiempo de fumar hasta saciarme. 

 

Andreso 

Cinco días en Noruega

Para el vuelo de ida utilicé parches de nicotina, para evitar el mono.  Tenía miedo de perder la correspondencia ya que mi vuelo salió de Madrid con retraso.  Afortunadamente no hubo problemas.  Compré "snus" en el aeropuerto en Noruega antes de pasar la aduana.  En ese país, hay un duty free donde se recogen las maletas.  Es un tabaco muy húmedo.  Se mete una pizca debajo del labio y durante algún tiempo la nicotina es absorbida.   Me era necesario comprar este producto ya que en Noruega está prohibido fumar excepto en el exterior.

Un primo mío me estaba esperando cuando salí de la tienda libre de impuestos.  A el, como a cada uno de mis familiares que vi este viaje le dije: "Qué alegría verte.  Pena que sea en estas circunstancias."  Estuve un rato con mis tía y mi madre.  Mi madre al enterarse de la muerte de su hermano, empezó a buscar vuelos de Montreal, donde vive, a Oslo.  Ella había casi desistido cuando al final encontró uno barato.   Llegó varias horas antes que yo.  Las mujeres de la casa habían preparado una deliciosa cena.  Mi tío es el director de la agencia responsable de recaudar impuestos en Noruega.  El estabas trabajando en el norte del país y no volvía hasta el día siguiente cuando íbamos a ir juntos al entierro.  Me acosté justo después de hablar con la novia por teléfono.  Yo estaba rendido.

Al día siguiente madrugamos mucho.  El vuelo salía a las 9 del aeropuerto de Oslo.  Era necesario disponer de tiempo para ponerse la ropa de gala antes de salir de casa.  Toda la familia, excepto una prima, fuimos en el mismo vuelo. El grupo eramos mi madre, dos tíos míos, la tía en cuya casa vivía, el primo que me recogió y dos primas.  Una tía no pudo ir ya que estaba recibiendo quimioterapia.  Ella temía que el avión se cayese y que ella se quedase sin familia.  El vuelo a Trondheim, donde se celebró el entierro, duró menos de una hora.  Es uno de los vuelos que más me ha gustado.  Era de bajo coste por lo cual los azafatos no servían nada.  Eso significaba que los pasillos del avión estaban libres todo el tiempo.  No hubo nunca atasco para ir al servicio.  Era como un autobús.  Los asientos no estaban numerados.  Te sentabas donde quisieses.  Me gustó mucho el vuelo.

Una vez llegamos a Trondheim, cogimos el autobús para ir a la ciudad.  70 coronas o casi 10 euros.  Para matar tiempo fuimos a una cafetería para merendar.  Un café vale 21 coronas o tres euros.  En este sitio se podía rellenar la taza cuantas veces se quisiese.  Después de tanto café, era necesario vaciar la vejiga.  Había un único servicio, común para hombres y para mujeres, en todo el centro comercial.  Entre todo el grupo estuvimos esperando más de una hora para entrar.  Un hombre no quería salir.    No parábamos de quejarnos.  Ningún agente de seguridad apareció.  Probablemente se trataba de un heroinómano al cual se le había ido un poco la mano.   Los de seguridad debían estar hartos.  Desistimos de esperar más cuando llegó un joven con claros síntomas de mono.  Al final fuimos a los servicios de un hotel cercano.

Como todavía faltaba bastante tiempo para que empezase el entierro, decidimos ir a la catedral de Trondheim, la cual estaba cerca.  Estuvimos 15 minutos andando sobre la nieve.  Hacía 12 grados bajo cero.  Mi madre iba agarrada de mi brazo ya que las aceras estaban resbaladizas y su calzado no agarraba.  La catedral es el típico edificio gigantesco de piedra del siglo XII.  Lo más destacable es que por dentro, era tan oscura que no salían las fotos sin flash.  Por supuesto el Flash estaba prohibido.  Ninguna foto salió bien.

Llamamos a dos taxis para que nos llevasen a la iglesia.  Esperamos más de un cuarto de hora en el frío helador.  Yo me subí al primero.  Cuando llegamos a la iglesia, los más allegados al fallecido estaban sentados en las dos primeras filas.  Nosotros nos pusimos justo detrás.  Me chocó que no había ningún sitio para ponerse de rodillas. Parece que esto no es parte del ritual protestante.  Aunque soy bastante alérgico a las ceremonias  religiosas esta fue llevadera porque hacía mucho frío fuera.  No es como España donde hay un bar delante de cada iglesia.  Además me dio corte abandonar mi familia.  El cura estuvo haciendo un resumen de la vida de mi tío.  Mi tío era un ingeniero del sector petroquímico.  Había participado en muchas innovaciones.  Había sido un buen padre y un buen abuelo.  Había destacado desde joven.   A los ocho años cubrió el puesto de mi abuelo cuando este estuvo de baja.

Llamamos otra vez a dos taxis para que nos llevasen a la recepción.  Esta vez uno de ellos era un maxitaxi.  Un minibús de 10 plazas.  Tardó más de 20 minutos en llegar.  Para entonces los dedos de mis pies me dolían por el frío.  Las molestias duraron varias horas.  No ayudó ni siquiera que me cambiase de calzado.

La comida era un plato único de salmón.  De postre hubo tarta.  A los niños les dieron salchichas.  Un primo mío entabló negociaciones infructuosas con el mayor intentando obtener sus salchichas.  El chaval no se dejó engatusar.  Había barra libre de refrescos.  Por desgracia no servían ninguna bebida alcohólica.  Al final de la cena bastantes de mis familiares hablaron recordando la maravillosa persona que había sido mi tío.  A varios de mis primos no les había visto en más de 10 años.  Es una pena que las circunstancias fuesen las que fueron.

Según lo que oí, mi tío tenía un riñón mal y se lo tenían que extirpar.  Algo fue mal en la operación.  Mi tío perdió más de dos litros de sangre.  Cuando subió a planta les comentó a sus prójimos: "Esto no es justo."  Eso fue una de las pocas veces a lo largo de su vida que se le oyó quejarse.  Por desgracia surgieron complicaciones y falleció.  En ningún momento los cirujanos que le operaron tuvieron la decencia de hablar con los familiares.  Sabían que habían cometido un error garrafal durante la operación y fueron demasiado cobardes para admitirlo.

Cuando acabó la recepción cogimos otro maxitaxi para llevarnos al aeropuerto.  El vuelo de regreso fue igual de cómodo que el de ida.  Una vez llegamos, estuvimos de charla un buen rato.  En la televisión echaban un concurso donde granjeros estaban buscando pareja.  Al principio del concurso cada granjero tenía diez pretendientes.  Cada semana descartaban a uno.  Durante las últimas semanas los pretendientes vivían en casa del granjero.  Hacían entrevistas a los distintos pretendientes y a los concursantes.  Filmaban todas las citas.  Uno de cincuenta años que nunca había tenido novia se volvió uno de los hombres más solicitados del país.

El día siguiente fuimos a un centro comercial en el centro de Oslo.  Aparcamos el coche en su aparcamiento.  Mi tía contó que la primera vez que aparcó ahí no encontraba donde pagar.  Le preguntó a un señor que pasaba por ahí si el la podía ayudar.  El señor era el primer ministro de Noruega.  El la dijo que no tenía ni idea ya que el había pagado con tarjeta.  Me compré unas botas.  Un calzado apropiado para el frío.  Como tenía algo de hambre, me compré un perrito caliente con un refresco.  35 coronas o 6,50 euros.

Mi tía, desde que sus hijos eran pequeños, hace todos los años un taller de fabricación de adornos navideños.  Una vez crecieron sus hijos, invitaba a los hijos de sus vecinos.  Ahora las estrellas de la fiesta son los hijos de mis primas.  Vino la hija de mi tío fallecido.  Estuvieron recordando al desaparecido.  Es muy complejo el hacer duelo por un ser querido.  Durante el taller mi control motor dejó mucho que desear.  Yo me considero con maña idéntica a una niña de cuatro años.  En el taller hice dos chapuzas y estoy muy orgulloso de que ninguna de las dos quedó horrorosa.

Por la tarde fuimos a un concierto navideño cantado por la soprano Sissel Kyrkeby  Una de las principales estrellas del pop de Noruega.  Ella recoge canciones folclóricas  escandinavas y les pone música moderna.  Su forma de cantar es sobrecogedora.  Aún así, no me hacen mucha gracia los villancicos,  No me gusta la navidad.  Las entradas las consiguió una prima mía que trabaja en una discográfica.  Ella no es especialmente puntual por lo cual la tuvimos que esperar y esperar.  Afortunadamente llegó a tiempo.  Me encantó.

El día después lo dediqué al viaje de regreso a Madrid.  Este fue de mis peores viajes. Por alguna razón mi vuelo de vuelta salía de un aeropuerto distinto.  El autobús entre Oslo y Sandefjord salía cada dos horas.  Cuando llegué a la estación de autobús, la primera guagua estaba llena.  Esperé media hora fuera.  Otra vez más me dolían los pies por el frío.  Dos horas después llegué al aeródromo.  El aeropuerto era cutre.  Tenía forma de caja de zapatos.  Tuve que esperar un par de horas. Hubo una hora de retraso.  Casi pierdo mi vuelo.  No anunciaron la salida.  Tuvimos que andar sobre la pista helada.  Nevaba y soplaba el viento.  El avión era pequeñito, cutre, con la escalera en la puerta.  Nos sentamos.  El capitán anuncia que es necesario deshelar el trasto.  Otra hora de retraso.  Llegué a Amsterdam después de que se iniciase el embarque en mi siguiente vuelo.  Fui andando deprisa hacia la puerta de embarque.  Ni siquiera me dio tiempo de fumarme un cigarrillo.  Cuando al final llegué, estaban dando el último aviso.  Me dijeron que mi maleta iba a Madrid en el siguiente vuelo.  Para rematar un nefasto día, a un pasajero no le había dado tiempo de llegar al avión y tenían que retirar su maleta.  Media hora de retraso después el capitán dice que a la maleta tampoco le dio tiempo de llegar.  Lo único que hubiese faltado es que me detuviesen en Aduanas.  Dos días después me trajeron la maleta.

El andreso. 

Vacaciones en Lanzarote

El viaje pudo haber empezado mejor. En el avión nos sentaron en asientos separados. Además como era un vuelo chárter, el avión iba completamente lleno. Todos los asientos estaban ocupados por parejas y unidades familiares. Nos fue completamente imposible cambiarle el asiento para que estar juntos. Aunque me quejé mucho a la tripulación, el capitán no consideró nuestro caso lo suficientemente grave para pasarnos a primera. Para rematar la faena uno de nuestros vecinos de asiento abultaba mucho y encima desprendía un olor desagradable. Rellené una carta de reclamación quejándome de que fuésemos la única pareja que hicimos el vuelo separados. No recibí respuesta.

Me gustó mucho el hotel. Teníamos un apartamento con un salón amplio. En ella había una cocina americana separada del resto de la habitación por una barra. Me encantó que tuviésemos nuestra propia nevera. El dormitorio también era amplio y cómodo, así como el cuarto de baño. Además el agua tenía mucha presión. Cada ducha se convertía en un lujoso masaje. El complejo era grande con unos 250 apartamentos en total. Tenía dos piscinas, una para los privilegiados y otra para la plebe como nosotros. El restaurante era pequeño. Hacía falta ir temprano para evitar esperar un cuarto de hora en la puerta. El café del desayuno era horrible. Yo me hacía mi propio café, riquísimo, en nuestra cocina. Lo que más me gustó de la cena era la gran variedad de ensaladas frías que servían. Los segundos además de estar fríos, estaban lo suficientemente sobre cocinados para tener una textura desagradable. Me desagradó que el agua no estuviese incluida en la media pensión. El que nos cobrasen medio litro de agua a casi dos euros me pareció tan pesetero que acabé mosqueado.

Amigos míos habían ido poco antes que nosotros a Lanzarote y me habían contado cosas que hacía falta ver. El parque nacional Timanfaya, repleto de volcanes, era imprescindible. Una vez ahí era necesario montar en camello. Además me recomendaron la cueva de los Verdes con su secreto. En la orientación del primer día, entre otras excursiones, ofrecían un recorrido por Lanzarote que incluía estos dos elementos. Después de mucho trabajo de persuasión, conseguí convencer a mi novia. La excursión la hicimos a la mitad de nuestras vacaciones. Nos vino a recoger un autobús cerca del hotel, a primera hora de la mañana del día más caluroso de nuestra estancia. El autobús nos llevó por toda la isla. El guía estuvo hablando sin parar durante las nueve horas de exursión. Nos contó acerca de Cesar Manrique, que el solito había diseñado toda la isla. Ha sido tanto el principal arquitecto como el principal artista de la isla. Fue el responsable de que todos los edificios tuvieran dos plantas de altura, pintados de blanco con las puertas verdes. Diseñó uno de los símbolos más conocidos de la isla: el demonio de Timanfaya.

El parque nacional de Timanfaya es un paisaje lunar, todo piedra volcánica negra hasta donde llegan los ojos. La única vegetación son unos pocos juncos. Manrique diseñó un restaurante donde se cocina con el calor volcánico. Nos hicieron tres demostraciones de lo caliente que está el subsuelo: Nos echaron ceniza volcánica en la mano, echaron agua a un agujeró y salió un géiser, y echaron un rastrojo en otro agujero. El rastrojo ardió. La siguiente parada interesante fueron los viñedos que hay en la mitad de la isla. Aunque parezca increíble, teniendo en cuenta que apenas llueve en la isla y que no vimos un solo árbol, Lanzarote es el granero de las islas Canarias. El agua para la agricultura proviene de la condensación de la humedad del aire sobre ceniza volcánica negra que cubre totalmente las plantas. Las plantas están en el fondo de oquedades con un muro de piedra bloqueando el viento constante. Sin ese muro el viento quemaría las plantas. Había viñas hasta el horizonte, cada una en su propia oquedad. En una bodega catamos los caldos autóctonos. Nos compramos un par de botellas.

Al final llegamos a la cueva de los Verdes. Justo al entrar en la cueva, se le acabaron las pilas a mi camera. La cueva es digna de ver. Está llena de cosas parecidas a estalagmitas y estalactitas, pero que, al ser volcánicas, se llaman de otra forma. Estas cuevas se forman al solidificarse la parte superior del lava,mientras por debajo sigue fluyendo. El guía contó que piratas invadieron la isla para capturar esclavos. Toda la población se escondió en esta cueva, siendo muy fácil de defender. Cuando los piratas sitiaron la entrada no consiguieron amedrantar a la población. Había otra salida en los Jameos del Agua. Al final los piratas consiguieron capturar a la mayor parte de la población gracias a un traidor, que para proteger a su familia, mintió a los que se escondían en la cueva diciéndoles que los piratas se habían ido. El secreto de la cueva es que el tejado de la caverna se refleja en un charco grande. El charco es un espejo perfecto ya que no hay nada de aire. Parece que hay una gran caverna al otro lado de un precipicio.

Por nuestra cuenta fuimos en guagua a Costa Blanca, una de las zonas turísticas principales de Lanzarote. Aunque Lanzarote tiene únicamente unos 50 km de largo, tardamos más de dos horas en llegar a nuestro destino. Ese fue un día de playa y de compras. El resto de los días fueron de playa o de piscina. nos regalamos casi todos los días una buena siesta. Aprovechando la cocina y la nevera de nuestro apartamento, muchos días comimos ahí. Todas las noches nos acercamos al pueblo, que estaría a 45 minutos andando del hotel. Estuvimos muchas veces en bares donde nadie hablaba español. El único punto negativo de las vacaciones fue que mi novia comió algo que la sentó mal. La pobrecita tuvo el estomago los últimos días. No quiso hacer una excursión en guagua al norte de la isla. Me quedé con las ganas. Nos despedimos de nuestras vacaciones con una buena cena.